“Del museo Ferrowhite”, le decimos, “venimos a conocer el cochemotor”. Y en eso estaba precisamente Adolfo, esa tarde calurosa. Una «idea loca» que de a poco va tomando cuerpo: fabricar un vehículo doble comando con capacidad para 26 personas. Ya están listas las ruedas y el chasis. La idea es andar por la vía entre Carhué y Epecuén «o por donde la Comisión Nacional de Regulación del Transporte me habilite». Y si no, «lo corto en pedacitos y lo vendo como souvenir”, bromea.
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Ir a conversar con Adolfo no es hacer una entrevista del modo convencional: no concertamos una cita, no llevamos grabador, no tenemos en mente una serie de preguntas insoslayables. En este caso el orden, “el despacho” de la información, como diría Semo, adquiere una forma particular. Sucede a medida que se muestran unos bocetos, se acciona una palanca o se dibuja, o se cuenta, a medida que se conoce al interlocutor: “¿Vos qué sos, carpintero o benteveo?”, le pregunta a Guillermo. Y enseguida distiende, “yo soy benteveo”.
Lo ponemos al tanto del proyecto que estamos llevando adelante en la Rambla de Arrieta de construir mobiliario exterior con viejos durmientes de ferrocarril, y de los problemas que surgen de enfrentar en la práctica una madera tan pesada y dura. “¿Cómo se corta, cómo se agujerea el quebracho?”, preguntamos entre urgidos y esperanzados. Adolfo pone a disposición lo que aprendió en los tres años que hizo en la escuela industrial Raggio pero sobre todo lo que experimentó en sus treinta y cinco años de oficio. “Mejor si está mojado”, dice, y enseguida aclara «no es que sea un genio”. Descubrió ese yeite luego de que una lluvia de invierno le empapara una pila de durmientes que tenía en el patio lista para cortar. “Y se cortaban como manteca”. Como un alquimista generoso, nos revela uno de los descubrimientos de su laboratorio a cielo abierto. Acaso porque sabe que para aprender carpintería hay que mirar “lo que se hizo antes”. «Descular un oficio» como se devana un ovillo de lana o se desarma un vagón de madera, empezando justo por el final.
Fuente: Ferrowhite Museo Taller.