En lo cosmopolita, el contacto diario, el vino o la cerveza compartida en una tenida de naipes, en la algarabía de la murra o el tre sette, fue manteniendo sus creencias ancestrales formando una idiosincrasia peculiar desbabelizando, tal vez, en forma de cocoliche, los idiomas nativos de tantas latitudes opuestas.
Y con ese desenvolvimiento a los que asistían también tripulantes de los buques que engordaban sus bodegas, con el fruto de las cosechas procurando paliar las urgencias alimentarias del mundo, se comenzó a advertir que Guaite no tenía, fuera de alguna fonda, o de algún piringundín mal conceptuado, vida de canto, noche y baile, a la manera de su hermana mayor La Boca.
Hubo intentos que estuvieron a punto de llevarse a cabo, pero que se frustraron antes de comenzar.
En tanto los bares se atiborraban de pescadores y marinos que tripulaban los barcos anclados en los muelles, haciéndose cotidiana su concurrencia, en los latosos días, que se debía esperar para poder zarpar.
Uno de ellos era el Bar Internacional que había pertenecido al griego Kitcho Nicola, continuado por Miguel Curcio, un personaje de Guaite, que como resultado de una mala praxis médica, cuando niño, había limitado su crecimiento físico y soportado una joroba, impedimentos que no le permitían emplearse, como la mayoría de sus amigos, en el ferrocarril o en algunas de las empresas del puerto.
Un grupo de chinos, tal vez japoneses, eran repetidos clientes cada día de su estadía whitense. Mediante un poco de un tarzanesco inglés, múltiples ademanes, expresaron su necesidad de comer, en ese local acogedor, como lo era el bar.
Ahí aparece la figura de quien con los años se constituiría en el rey de la noche portuaria, Tulio Angelozzi, sencillamente para todos, Tulio.
“Miguelito, pedile al musculero que te traiga unos kilos de músculos, y tu vieja que es como mi vieja, se los prepara con perejil y ajo y los volvés locos”.
Llegaron los músculos, la mamá de Miguel Curcio, los preparó a la provenzal y ese fue el puntapié inicial, ya que los tripulantes, volvieron al otro día y en los días subsiguientes, buscando la familiar comida que preparaba la madre de Miguelito.
Se empezaron a correr tabiques achicando el bar y ampliando el comedor, lo que dio el embrión de la primera gran cantina whitense, que fue “Miguelito, El Rey del Chupín”.
Y Guaite agitó su aletargada nocturnidad, con la estragada voz de Miguelito y la alegría que se constituyó en el traductor de mil idiomas y dialectos, llegados de otros tantos lugares del planeta.
Y como una onda expansiva, el germen de importar la paleta de cantinas que tenía la Boca, comenzó a agitar los sueños de Tulio. Se veía entre las mesas, animando su propia cantina. El despertar era decepcionante.
Hasta que una tarde, que estaba en la vinería que había sido de Lombardo y Sardi y que regenteaban los hermanos Di Meglio, en una charla intrascendente iniciada con las secuelas del partido que el domingo se jugara en el “chaperío” de Comercial, inusualmente Tulio permanecía callado. Su mano derecha, juntando los dátiles, que se apoyaban en la boca y la vista fija en las junturas de los mosaicos.
¿Quién lo advirtió? ¿El único de los hermanos Di Meglio que participaba de la charla?
¿Humberto? O tal vez el porteño. El mismo estaba preparando una cazuela para el grupo. Tulio comentaría luego que el porteño sabía de todos los temas. De política, de fútbol, de comidas. Además era entrador, simpático y muy gracioso.
“¿Qué te pasa, Tulio?” fue la pregunta que lo sacó de sus cavilaciones. Se sintió sorprendido, como si sus pensamientos sufrieran la desnudez de conocerse. Parpadeó.
Su primera intención fue ocultar sus elucubraciones. Ahora su mirada se dirigió al porteño y al advertir el gesto como pidiendo una respuesta, exclamó:
“¡Tenemos que montar una cantina!”
El silencio se acentuó y la incredulidad se fue pintando en las caras de sus amigos.
“¿Una cantina…?”, “¿…tenemos…?”
Y ya no hubo forma de pararlo. Comenzó a desarrollar todas las ideas que se habían ido acumulando en su cabeza. Y fue destinando cada frase como una orden insoslayable
“…achicamos un poco la vinería…” (a Di Meglio), “…vos, cocinás como los dioses…” (a Humberto), “ vos organizás lo que haya que armar…” (al porteño) …
El porteño, divertido, le puso una mano en el hombro y replicó:
“¡Vos estás loco! Me caso en un mes y medio, no te puedo ayudar…”
“¡No! – lo paró Tulio – Vos suspendés el casamiento, porque precisamos algo de guita y con lo que yo junté y lo que amarrocaste vos para el casorio, creo que podemos largar…”
La discusión siguió y Tulio no aceptaba negativas ni peros de nadie. El 7 de abril de 1960 la cantina estaba en marcha y en poco tiempo se convirtió en el lugar elegido por whitenses y bahienses, primero en los fines de semana, para extenderse diariamente en un éxito total, la Cantina Tulio.
“La cosa anduvo muy bien y el trabajo era impresionante. No se conseguían mesas, ni por casualidad, los días viernes, sábados y domingos. Pero, por motivos que no vienen al caso, en 1964 se disolvió la sociedad.” – declararía Tulio muchos años más tarde.
Primeramente comenzó el aprendizaje escolar en la escuela de Orlando Traversa, un destacado docente muy competente, con muchísimos conocimientos e idoneidad para transmitirlos, en el común denominador de forjar personas capaces y honradas. Completó el ciclo primario en Escuela “Cortés, la vieja escuela de madera y chapa en Avenente y Cabral.
Integró la agrupación de Boy Scouts, que en ese momento dirigía personalmente Mister Ernesto Pilling, un padre para todos los chicos.
Su papá, trabajaba en el puerto y procuraba alimentar lograr el sustento para las diez personas que completaban el núcleo familiar y Tulio, cuando estuvo en edad de ganarse un mango, la ofició de “sacamuestras” en la firma Dreyfus. Luego ingresó al ferrocarril, primero como guarda, después trasladado a Río Colorado, donde sólo estuvo cuatro meses. Una tercera incursión ferroviaria, como pasaleña, más tarde en su incesante descontento, trabajó en el galpón de máquinas y recaló en la Junta Nacional de Granos
Y otra vez, su indolencia le costó el raje.
La suma que recibió como indemnización, luego de ayudar a algunos amigos y familiares, depositó el remanente en el banco, que sirvió de base para la cantina Tulio.
El viejo cine Jockey Club, cubrió la otra etapa exitosa de Tulio: la cantina “Il vero”
Sin duda la página más brillante de la noche whitense. Sana alegría, buenos cocineros, atención personal y familiar.
La columna vertebral fueron sin duda los tangos interpretados por Tulio. Que tal vez tuvieran algún reparo de la ortodoxia musical. Pero la alegría misma en el cuidado, no tanto de la interpretación que podría merecer críticas, sino en el cuidado del contenido de las letras y sus destinatarios. Era común escucharlos cantar a Antonio Campos, a Cacho Randall, al gordo Giorgetti y otros entre ellos los integrantes del Círculo Gardeliano
Y muy pocas de las principales figuras de todas las disciplinas, que llegaban a Bahía Blanca y la zona, dejaron de ser agasajadas en el ·”Il vero”, en las madrugadas posteriores a sus actuaciones. La dimensión del impacto, fue sensacional.
Entre los notorios visitantes, está Irineo Leguisamo (a quien Tulio le cantó el tango “Leguisamo solo”), que llegó acompañado por Pedro Olgo Ochoa y Mineral; Juan Manuel Fangio, Néstor Fabián, Nelly Vázquez, Jorge Sobral y muchos más como la primera división de fútbol del Club Atlético Boca Juniors, a quien Tulio homenajeó..
En la última noche de la cantina “Il Vero”, cenó y cantó el cantautor italiano Nicola Di Bari.
El camino quedaba marcado por un tiempo y así lo recorrieron las cantinas Royal, Micho, Il barquinho, Marechiare, Zingarella, entre otras.
EL TANGO
Casi un sinónimo de Tulio, estuvo siempre presente en su vida. Y desde las cantinas, animó las noches con tangos, con su vozarrón, tal vez desafinado, brindando su “Pero yo sé”, “Caña”, “Acquaforte” y el clásico “Garufa” como permanente homenaje a sus clientes.
Fue junto con Popón Rechini, Víctor Palacios, Antonio Campos y otros fundador del “Círculo Gardeliano de Ingeniero White”, que recorrió Bahía Blanca, en funciones benéficas, clubes escuelas y sociedades de fomento, no sólo localmente sino llegando a localidades vecinas con su canciones, sus músicos y sus cantores, pero tamben con una mano solidaria. De ese “Círculo…”, del que Tulio fue presidente varios años, se hizo casi una escuela desde donde surgieron los grandes artistas que lo integraron.
Y cuando esa entidad se disolvió, Tulio y sus tangos siguieron en cada asado, en cada festival, en cada reunión de amigos.
EN PRIMERA PERSONA
Su bohemia e invitaciones de amigos lo tentaron para instalarse en Bahía Blanca. Esta época tan sublime transcurrió entre 1967 y 1980, decidiendo nuevos rumbos para sus actividades, en pleno centro de la ciudad, pero ahí la suerte le fue esquiva y los resultados lo forzaron a un piadoso cierre de persianas.
Hacia el cambio de siglo, reflexionaba:
:“Ahora en las cantinitas de Jaime, parece un volver a vivir. La gente viene y mientras la atiendo, le canto un tanguito. Hay que saber lo que quiere la gente. No podés ponerte a cantar dramas. La gente quiere reirse, divertirse, Hay que procurar que la pase bien. Cuidar el detalle. Viste cuando canto ´Garufa´? Si vos a un punto le decís ´tu vieja dice que sos un bandido´y resulta que hace tres meses que la vieja se le murió, hacés que se sienta mal, pobre. Entonces yo le canto:´Los amigos, dicen que son un bandido”, entonces podés cantarle tranquilamente ´Carlitos (o Juancito) pucha que sos divertido´, me entendés? Y el tipo se va a reír. Para qué hacerle pasar un mal rato!!! No podés cantar los tangos trágicos, en un momento en que la gente se quiere divertir. Fijate, pibe, en la cantina, se toma vino, o sidra o champán. Entonces, queda mejor que le cantés ´Si un hombre pa´tomar un trago ´e vino´, en lugar de caña como dice el tango o darle un sabor local, como en ´Pero yo sé´, donde cambio ´Paseás por Corrientes, paseás por Florida´ por Chiclana y ´Oigins´, me entendés, pibe?…Y no molestás a nadie…! También la última parte de “Garufa” la cambiaba por “…en la boite ´El tiburón¨ y como se estilaba en Tulio la palabra boite es textual.
Recuerda a Carmelo Lupo. “Cuando cantaba: ´Cada vez que escucho tus ojos y veo tu voz´, yo le decía: ´!Carmelo! ¡Es al revés!´y él me contestaba: ´¿Quién es el artista!´ A veces pasado de alcohol, llegaba con la camiseta de Boca
Y los tipos se van contentos, les doy la letra del tango que me hiciste y te juro que se van felices. Y alguno te deja propina y todo. Eso es lo mío atender gente, cantar. Después cuando la noche se hace madrugada y el sol empieza a molestar, hacerle una gambeta con el diario y acostarse feliz”.
Noctámbulo, transitando las desparejas veredas de Guaite, la imagen de Tulio protegiéndose de su enemigo diurno, el sol, con el diario de ayer, fue común en las mañanas whitenses,
Como era común su peculiar forma de presentarse con un billete, pidiendo cambio con la permanente sonrisa plena de picardía y la pregunta “¿Me lo ablandás?” o a Roberto Floris “No ganaste en Buenos Aires, porque te excediste en calidad”.
O bautizar a uno de los amigos que insistía en cantar, con cero oreja, con el apodo de “Muerte súbita”.
Y sus profundas reflexiones, cuando se le daba por querer reconstruir el castillo de sus frustradas cantinas comprendiendo que el tren de la oportunidad sólo realiza un irrepetible viaje de ida. ”Tengo los amigos que me regaló la vida. Es cierto que un poco de guita vendría bien, pero Dios sabrá porque lo hizo. Tengo amigos. ¿Para qué quiero la guita?”
El licenciado Conrado De Lucía, opina:”El tango suele tener en cada barrio su personaje representativo: el que encarna en su vida, en sus actitudes, en su conducta, al prototipo construido desde la cultura popular. Ese origen común en el sentir colectivo es lo que, más allá de sus diferencias individuales, hermana a estos hombres irreemplazables que visten de lirismo y de nostalgia la vida de los pueblos. Ingeniero White tiene a uno de ellos en Tulio Angelozzi, a quien tantos visitantes de las clásicas cantinas, desde todos los rumbos del país, han visto y han escuchado con la simpatía y el afecto que suscitan los arquetipos populares, verdaderos mitos vivientes.
Inmediatamente de producido el fallecimiento de Tulio, el ex-intendente Municipal, Jaime Linares, envió a “Cartas y Sugerencias “, del diario “La Nueva Provincia”, la siguiente nota:
“A veces tengo la sensación de que las imágenes color sepia son momentos que cada historia particular reserva a lo que uno quisiera preservar o ansía que de en algún pliegue de la memoria colectiva.
Ya la ciudad no compartirá el 11 de abril, el cumpleaños con quien la acompañó durante 85 años. Entrañable arquetipo de personaje de un Ingeniero White que fue cuna de ellos, como testimoniara excepcionalmente, Ampelio Liberali, hace unos años.
En 1999, al genial Victorio Gassman le preguntaron qué recordaba de Bahía Blanca (donde había actuado en el Municipal a principios de los 50) y dijo que ´lo habían llevado al puerto, después de la actuación, donde había comido una de las mejores sopas de pescado que él recordara, y conocido a un personaje, que allí trabajaba, llamado Tulio Angelozzi´.
Por eso, Tulio, te pido que adonde vas, cuando lo cruces a Gassman, decile que lo admiramos mucho y saludos de Tucho, de Margo y míos.
Ah, otra cosa: cuando llegues al cielo, con la servilleta en la
mano, no entrés cantando: ´San Pedro…!Pucha que sos divertido!.Hasta siempre.”
Nota: La redacción de la presente fué realizada por nuestro amigo Tino Diez a mediadios del año 2009 para la publicación gráfica Ingeniero White.com