El 203º capítulo de IngenieroWhite.Com contó con la visita a los estudios de La Brújula 24 de Adriana Morantes, una vecina que tiene el privilegio y el honor de asegurar que protagonizó el primer nacimiento en el hospitalito de nuestra localidad. Para eso, iniciamos un viaje en el tiempo…
“La historia que siempre me contó mi mamá es la de una noche de invierno, de mucho frío, el 9 de junio de 1961. Un rato antes que mi mamá había llegado otra mujer embarazada de mellizas, quien fue derivada al Hospital Pena”, señaló Adriana.
“Al ser el primer nacimiento, el obsequio era un ajuar, que finalmente se lo terminó quedando la otra señora. Pero yo siempre digo que me quedé con lo mejor, que fueron mis padrinos Leonor Natali de Capelli y el Doctor Esandi. Leonor, una excelente persona, luchadora y colaboradora, incluso el hospitalito lleva su nombre y mi segundo nombre también es en honor a ella; y el Doctor Esandi otra persona buenísima, donde tuve la suerte de encontrarme con su hija y ser muy amigas en el Colegio Mosconi”, destacó.
–¿Qué representa internamente que en el documento de uno diga “nacida en Ingeniero White”?
–Mi documento es una reliquia y para mí representa un orgullo haber sido la primera en nacer en White. Viví 33 años en el Boulevard y ahora ya llevo un tiempo en el Barrio 26 de septiembre. Fui a la Escuela 21 y al Mosconi y pasé toda mi infancia en la localidad. A white realmente lo adoro.
–¿Y con el hospital mantuviste el contacto?
–Los nacimientos se dieron durante 3/4 años y luego ya no hubo más por falta de tecnología y demás. De chiquita mi mamá me llevaba y tengo el recuerdo de los silloncitos blancos en la sala. Con el paso del tiempo ha cambiado para mejor, aunque siguen faltando cosas.
“Otro protagonista de la historia es el Padre Daniel Melchior, quien me bautizó y con él tomé la Comunión. Además, bautizó a Sebastián, mi hijo mayor. Recuerdo que estaba siempre en la Capilla San José y nos daba catecismo”, agregó Adriana.
–Para cerrar, ¿cómo ves a White actualmente?
–Como un pueblo olvidado. No tenemos ni un cartel en la entrada que diga “Bienvenidos a White”. A White hay que vivirlo y hay que estar acá. Uno lo ve triste, en comparación con el esplendor que tuvo en otros años. Ahora es un pueblo fantasma y cuando cierran los bancos o la Cooperativa, no hay gente en la calle. Me da bronca todo eso, aunque igual no me veo viviendo en otro lado.