Desde hace varios años, las encuestas vienen perdiendo prestigio con sus resultados, ¿por qué?.
Para lograr resultados interesantes y válidos hay varias cosas que un encuestador debe tener presentes antes de iniciar el proyecto: objetivos (qué queremos saber con el trabajo estadístico), diseño de la encuesta (considerando todos los datos que posteriormente pretendemos cruzar para optimizar los resultados, definiendo los tipos de respuesta que habilitaremos y depurando de sesgo cualquier pregunta), metodología (qué tipo de encuesta haremos, cómo la vamos a implementar) y, fundamental, selección de la muestra… ¿a quién le vamos a hacer las preguntas?, ¿cómo serán seleccionados esos casos para que los resultados resulten confiables?.
Las encuestadoras actuales tienen, sin duda, personal capacitado y experto en diseño y lectura de encuestas, pueden contar con presupuesto para llevar a cabo un trabajo verdaderamente profesional, pero las muestras confiables en el siglo XXI son prácticamente inalcanzables.
Cuando yo estudiaba en la universidad, era posible hacer una selección de 300 casos representativos en una ciudad como Bahía Blanca (si uno quería conocer los usos y costumbres, intención de voto o cualquier otro dato de la vida cotidiana). Elegir un nombre al azar cada 20 páginas en la guía telefónica hasta llegar al número de respuestas, pararse en esquinas estratégicas del ejido urbano (donde encontrar a quienes hacen trámites, toman un colectivo, caminan hacia el trabajo, van al hospital, hacen compras, etc.) y hacerlas de forma presencial; hasta era admisible visitar con encuestadores o dejar formularios en domicilios escogidos aleatoriamente por barrio para ser retirados en una fecha cercana, para obtener buenos resultados.
Hoy no existe guía telefónica que sirva porque los fijos dejaron prácticamente de existir en la vida doméstica para replegarse al ámbito comercial casi exclusivamente; interceptar a un transeúnte y pedirle que nos dedique 5 minutos de su tiempo fracasara en más del 50% de los intentos, visitar un hogar y pretender que alguien de quien conocemos el domicilio (porque estamos ahí) nos responda datos de su cotidianeidad, considerando los hechos de delincuencia, engaños y estafas que circulan permanentemente por los medios y conversaciones en la actualidad, es casi una utopía; superada aún más por el hecho de dejar un cuestionario, volver a la semana y esperar que nos lo devuelvan completo!.
Una encuesta que tiene más del 30% “No sabe/no contesta” deja de ser confiable porque el porcentaje es tan alto (sumado a un 5% de margen de error que siempre suele considerarse) que todos los resultados, hasta las tendencias, podrían ser diferentes.
Si no hay fijos, entonces: ¡llamemos a los celulares!. Nunca será representativa una muestra realizada a celulares porque 1) algunas personas aún no lo utilizan 2) muchas personas no atienden números que no conocen, 3) hay quienes se registraron en “No me llame” y ni siquiera recibirán la comunicación 4) la mayoría de las personas a las que logramos hablarle (o contactar a través de una encuestadora automática) cortan inmediatamente al advertir de qué se trata, 5) algunas personas inician la encuesta pero al dilatarse demasiado el final, cortan antes de terminarla 6) un mínimo porcentaje responde hasta el final y parte de ellos mienten en sus respuestas, pero la realizan porque quieren saber de qué se trata.
La tasa de respuesta promedio en encuestas en línea, siendo generosa, suele rondar entre el 20-30%. De este tipo de sondeos sólo podemos pretender una tendencia, limitada a la red social o el perfil en que se encuentre, y siendo también conscientes de que responde una encuesta de este tipo, la gente que tiene cierta predisposición a hacerlo porque: tiene tiempo libre, le interesa ser escuchado, se siente interpelado por la temática en cuestión, trabaja en un rubro de comunicación, opinión, área relacionada al consumo o cosa parecida, o tiende a tener actitudes solidarias (si ve una encuesta la responde, si ve a un volantero le recibe el papel aunque no lo mire después, etc.).
¿Qué esperar entonces en este 2025 de las encuestas que nos ofrezcan los medios? Si de política se trata, la cosa debe pasar mucho más por el sentido común (que actualmente es el menos común de los sentidos) que por la lectura de encuestas.
Debemos escuchar a analistas especializados de diferentes tendencias y encuestadores, los discursos de los candidatos (siempre tomados con pinzas ya que sabemos que están en campaña), si es posible, cotejar esos discursos con sus trayectorias políticas o de vida pero, por sobre todas las cosas, si queremos saber qué votará la gente, debemos escucharnos: al verdulero, al taxista, al carnicero, al cajero del supermercado, a nuestros compañeros de trabajo, de estudio, al kiosquero, a nuestra familia, amigos, al médico, grupos de deporte o actividad paralela; intentar salir de la comodidad de conversar con quienes sabemos que piensan como uno para ver la realidad y los motivos de quienes votarán diferente a nosotros, ¡que quizás son la mayoría!.
Las redes sociales hoy no son un canal para lograr datos confiables en el caso de un encuestador y se han convertido en un campo de batalla para quienes tienen diferencias de pensamiento en cualquier orden de la vida. Si queremos debatir con un amigo sobre la simpatía por un candidato o sus antecedentes, hagámoslo cara a cara, tratemos de intercambiar ideas y no de imponer nuestra versión de la realidad. Si queremos conocer un clima electoral, observemos, leamos, conversemos con tacto, inteligentemente, y les puedo asegurar, que van a atinar más que las encuestas, siempre pagadas por algún cliente (candidato o partido político, medio de comunicación o corporación), que tienen un propósito -porque hay quienes deciden su voto en base a las tendencias- y nos va a brindar datos sobre las respuestas efectivas, excluyendo los intentos fallidos que seguro ocultan al verdadero ganador: NS/NC (No sabe/no contesta)
Fin de la encuesta.