Un estudio del INTA Balcarce publicado recientemente puso el problema en números, y generó preocupación en el sector: el nivel de nutrientes en los suelos de la región pampeana cayó entre un 30 y 40% con respecto a 2011, lo que significa menos poder de fertilidad e implica una caída de los rindes posibles.
El estudio cubrió las zonas agrícolas de Buenos Aires, Santa Fe, este de La Pampa, centro y sur de Córdoba y oeste de Entre Ríos, donde se realizaron análisis del suelo en más de 570 sitios. La primera muestra fue tomada en 2011, y el año pasado se volvió a repetir la operación en los mismos lugares.
Para realizar la prueba, el equipo del INTA encabezado por Hernán Sainz Rozas comparó lotes sometidos a tareas agrícolas y suelos “prístinos” (montes, parques o cascos de estancia, que nunca fueron trabajados). El resultado fue que los primeros sufrieron un importante proceso de degradación mientras que los segundos se mantuvieron o cayeron apenas.
Esto se debe, concluye el informe, a que en la tierra agrícola se extrajeron más minerales de los que se agregaron durante el ciclo productivo. Concretamente, significa que los cultivos necesitaron más nutrientes que los que se incorporaron en el proceso de siembra a partir de la utilización de fertilizantes.
Sainz Rozas, quien también se desempeña como investigador del Conicet y de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad de Mar del Plata, lo expresó en lenguaje llano: “Hasta ahora aprovechamos la riqueza de los suelos de la región pampeana, pero la situación es que hemos sacado plata de la caja de ahorro y no la hemos repuesto”.
Con los datos obtenidos en el estudio, los especialistas del INTA elaboraron un mapa productivo en el que grafican la evolución de los niveles de materia orgánica, fósforo extractable (P-Bray), pH, bases intercambiables (calcio, magnesio, potasio) y micronutrientes en los últimos siete años.
En todos los casos hubo un deterioro visible de los indicadores respecto de la medición de 2011. Esto genera, según destaca el informe, “problemas físicos (estabilidad estructural y mayor riesgo de erosión) y menor disponibilidad de nutrientes, particularmente de nitrógeno y azufre”.
El impacto en los rindes
El proceso de degradación de los nutrientes impacta fuertemente en los rindes de los cultivos, aunque los especialistas sugieren que esto todavía no se nota debido a las mejoras genéticas de las semillas, que aumentan la productividad. Andrés Grasso, asesor técnico de la asociación Fertilizar, indicó a DIB que “lo que por ahora esconde la pérdida de fertilidad es el uso de variedades genéticas adaptadas”, que provocan mejoras en los rindes año a año.
Esto “acolchona” la pérdida y deja el balance en 0, pero en realidad lo que debería ocurrir en condiciones normales es que se aumente la productividad. En ese sentido, graficó con el caso de la soja, cuyo rendimiento “está casi estancado” pese a las mejoras genéticas, debido a la caída de los nutrientes de los suelos. Y puso como ejemplo a Estados Unidos, donde dijo que “el rendimiento es entre un 30 y un 40% más alto” que en Argentina, pese a que se usan las mismas variedades.
Lo mismo ocurre con el trigo y el maíz, según Sainz Rozas, debido a la disponibilidad de nitrógeno y fósforo, cuya escasez limita la posibilidad productiva entre un 30 y 40%. “Hoy se habla de un rendimiento promedio de trigo a escala nacional de 3 toneladas por hectárea y, compensando la brecha del 30%, podría estar en poco más de 4,4 toneladas”, calculó el especialista.
En maíz, el manejo racional de la fertilización podría incrementar el promedio actual de 6,5 a casi 9 toneladas. En el mismo sentido, Grasso indicó en el caso del trigo la evolución del uso de fertilizantes aumentó un 33% entre las campañas de 2015 y 2018, pero en ese mismo período los rindes se mantuvieron estables. Es decir, que el incremento solo sirvió para tapar las pérdidas de nutrientes, y no para mejorar la producción.
El especialista de la asociación Fertilizar presentó un informe en el que se evidencia un alto nivel de limitantes en los cultivos a raíz de la falta de nutrientes del suelo, con caídas que llegan hasta el 61% del maíz y el 58% del trigo en algunos sectores.
Incluso la soja sufre el limitante, que se traduce en el volumen y la salud de los cultivos. Traducido a rindes, estimó que la diferencia entre los niveles de fertilización media actual y una nutrición de alta producción es de casi el triple.
Más costos
En diálogo con DIB, Sainz Rozas indicó que el estudio evidenció una caída importante de la materia orgánica, “uno de los principales indicadores de la salud del suelo”, sobre todo en el sudoeste. Además, sostuvo que a nivel general “los suelos se está acidificando”, lo que altera el ciclo de nutrientes.
El especialista sostuvo que el trabajo publicado “permite proyectar cuándo algunos nutrientes empiezan a ser deficientes”, y en ese sentido estimó que “en 10 o 15 años” los campos bonaerenses comenzarán a sufrir las consecuencias más nocivas.
En ese marco, dijo que el principal problema que afrontarán los productores será que “se encarecerá el costo de la producción”, debido a la necesidad de aplicación de más fertilizantes para lograr los mismos rindes que años anteriores. Caso contrario, se afrontaría una importante caída en los rindes.
Por su parte, Grasso consideró, en base a sus propios estudios, que pese al aumento de la fertilización por tercera campaña consecutiva (alcanzó la máxima dosis de los últimos 10 años) “estos valores son insuficientes para alimentar a la genética actual, que ha elevado en forma contundente el potencial de rendimiento”.
Y advirtió que, de seguir a este ritmo, en algunos años los suelos de la región pampeana dejarán de tener la ventaja “natural” de la alta fertilización con respecto a los países vecinos, y se deberá fertilizar en niveles similares que Brasil, Uruguay y Paraguay, donde la tierra es menos fértil.
Soluciones
Los especialistas encuentran varias explicaciones para explicar este preocupante fenómeno, pero hacen hincapié principalmente en dos: la falta de rotación de cultivos (y la eliminación del pastoreo) y la subfertilización.
También señalan que las nuevas variedades genéticas obligan a una mayor inversión en fertilizantes para expandir todo su potencial, ya que de otro modo lo extraen de la tierra, y esos valores no se reponen. Para Sainz Rozas, lo primero que debería hacer un productor para hacer frente a este problema es realizar un análisis de suelo del lote. “Se debe tener en cuenta que estos datos corresponden a mapas regionales y no predicen la realidad de cada lote”, advirtió.
Con este resultado en mano, explica, debe realizarse luego un “balance” y evitar utilizar menos fertilizantes que los que el cultivo requiere. Para ello, también es importante considerar una “alta frecuencia de gramíneas, rotación de cultivos y cultivos bien manejados desde el punto de vista nutricional”.
Fuente: La Voz del Pueblo