Desde finales de la década de 1950, la producción de plásticos ha crecido casi 9 por ciento cada año y, desde entonces, se han generado en el mundo unos 8,300 millones de toneladas métricas, según datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Se calcula que unos 8 millones de toneladas han terminado en el mar.
Además del daño que implica para el medioambiente, los científicos han comenzado a descubrir que un problema aún más grave se esconde entre este mar de desechos: los microplásticos.
CERCA DE LA OMNIPRESENCIA
Cuando el plástico entra en contacto con el ambiente comienza un proceso de degradación o erosión causado por bacterias, radiación, oleaje, corrientes marinas, la salinidad del océano o el oxígeno de la atmósfera. Ello provoca que una botella, por ejemplo, se vaya descomponiendo hasta convertirse en microplásticos, partículas de 5 milímetros o menos.
Estas pequeñas partículas están en todas partes. Han sido halladas en la superficie del mar, en sedimentos a casi 5,000 metros de profundidad, en el hielo Ártico, en las montañas suizas, en tierras de cultivo y en el interior de cientos de especies animales. Incluso se ha descubierto que pueden ser transportadas por el viento hasta regiones montañosas inaccesibles.
Además, se han encontrado en el sistema digestivo de varias especies animales de consumo humano, así como en el agua que bebemos —en especial en la embotellada—, miel, sal, cerveza, azúcar, leche y una larga lista de productos.
Estas partículas han sido incluso halladas en las heces de seres humanos. Científicos de la Universidad Médica de Viena encontraron por primera vez partículas plásticas de entre 50 y 500 micrómetros en las deposiciones de ocho voluntarios de países de Europa y Asia.
La investigación, publicada a finales del año pasado, halló policloruro de vinilo (PVC), polipropileno, tereftalato de polietileno (PET) y una decena más de diferentes plásticos.
Aunque aún se desconoce su implicación en la salud humana, el estudio señala que investigaciones previas con animales han demostrado que los microplásticos más pequeños pueden entrar en el torrente sanguíneo o el sistema linfático y provocar alteraciones en la tolerancia y respuesta inmune del intestino y otros órganos.
Pero esta no es la única evidencia de que hemos logrado contaminar nuestros propios cuerpos con plástico. Un estudio de la Universidad de Newcastle, Australia, encontró que una persona ingiere, en promedio, unos cinco gramos de plástico a la semana, equivalente al peso de una tarjeta de crédito.
Lo más preocupante es que los científicos aún desconocen la cantidad de plástico que puede representar un problema para la salud humana y cuáles podrían ser sus consecuencias.
En abril de este año, la Comisión Europea reconoció en un informe la gravedad del problema debido a la contaminación por microplásticos. El documento señala que “las crecientes pruebas científicas sobre los peligros de los microplásticos suponen una llamada urgente a la acción”.
SOLO VEMOS LA PUNTA DEL ICEBERG
Fue a finales de los años 80 cuando se avistó por primera vez la Gran Isla de Basura del Pacífico, pero no se le prestó gran importancia hasta finales de la siguiente década.
Según datos de la organización The Ocean Cleanup, esta “sopa” —conformada principalmente por plástico— tiene una extensión de 1.6 millones de kilómetros cuadrados. Para visualizar su tamaño, recordemos que México tiene una superficie de 1.9 millones de kilómetros cuadrados.
Pese a que estas cantidades de plástico parecen casi inimaginables, estudios señalan que solo sería la punta del iceberg y habría mucho más plástico oculto en las profundidades del mar, el cual contiene varios de los ecosistemas más extensos y fundamentales del planeta Tierra.
Una investigación de la Universidad de San Diego en la Bahía de Monterey, California, encontró que las concentraciones de microplásticos halladas entre los 200 y 600 metros de profundidad son cuatro veces mayores que las registradas en la superficie.
Hallazgos similares han sido reportados desde diversas regiones del mundo y no solo en el mar. Una investigación similar, realizada por el Colegio de la Frontera Sur (Ecosur) en hogares mayas de Campeche detectó la presencia de microplásticos en heces de lombrices y dentro de las mollejas de pollos y gallinas que se utilizaban para consumo humano.
El documento concluye que los microplásticos pueden entrar en la cadena alimenticia de los hogares del país y calcula que los mexicanos podríamos estar consumiendo, en promedio, 840 partículas de microplásticos al año.
EN COSTAS, MARES Y TIERRAS DE MÉXICO Y LATINOAMERICA
En México, así como en la mayoría de los países de Latinoamérica, el estudio sobre microplásticos aún es incipiente, lo que hace difícil diagnosticar los daños que se producen tanto al medioambiente como en la salud humana, señala Jorge Feliciano Ontiveros, investigador del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología (ICML) de la UNAM.
Ontiveros y otros investigadores del ICML analizaron, de diciembre de 2018 a enero de 2019, la arena de seis playas del sur de Sinaloa, así como la superficie del Estero de Urías y la bahía de Mazatlán. Su análisis reveló que en las playas del sur de Sinaloa hay de una a diez partículas de plástico por kilogramo de arena.
Aunque estas cifras son considerablemente menores que las de zonas costeras de otros países, como Estados Unidos (13-51 partículas/kg), el resultado confirma la presencia de estos contaminantes en costas mexicanas.
El investigador alerta que los plásticos pequeños son además una amenaza para la fauna marina. Explica que estos fragmentos de plástico dan una sensación de saciedad a los animales que los ingieren, lo que provoca que dejen de alimentarse y mueran.
“Suponemos que no solo contaminan nuestros mares y fauna, sino por consecuencia los productos del mar que consumimos, lo que podría significar un riesgo para la salud humana que aún no dimensionamos”, señala el especialista.
Ontiveros apunta que es necesario alentar a la población, al sector privado y al gobierno para que se impulse un marco legal que limite el uso de plástico. “Se requiere de más investigación para saber cuál es la extensión del problema y conocer a detalle cómo afecta al ambiente y a la salud humana”, concluye. (ANA ESPINOSA – NEWSWEEK)