Olvidarlo supone el riesgo de convertir a la igualdad formal en el disfraz ético de la desigualdad concreta. Ayer nos propusimos transitar esa distancia. Con los pibes de Prende y del Envión, atravesamos las calles embarradas del Boulevard y el Saladero para llegar al centro de la ciudad y alcanzar las salas de la María Luisa, esa residencia paqueta que por estos días no es sólo un Museo de Bellas Artes sino además, gracias al trabajo de su equipo, una casa de puertas abiertas, un espacio ‘en construcción’.
En la sala dedicada al derecho a la educación pusimos a funcionar una mesa de serigrafía. Usamos el shablon para imprimir marcos de cuadro sobre papel y en ellos invitamos a producir retratos que muestren un poco quiénes somos, qué derechos gozamos, cuáles sentimos vulnerados y, ¿por qué no?, cuáles faltaría sancionar. Buscamos reflexionar sobre la vigencia de los derechos en nuestra vida cotidiana. Y, la verdad, no se nos hizo para nada sencillo. Porque también hay una distancia a franquear entre el lenguaje jurídico, nuestro discurso de adultos y la palabra de los chicxs. Entre esas nociones abstractas inscriptas en las paredes del museo, nuestros propios planteos -siempre un poco rebuscados-, y las vivencias garabateadas en cada dibujo. Pero intentarlo no fue un mal punto de partida.
Nuestros derechos no derivan de la ocurrencia bienintencionada de legisladores y juristas. Resultan de una larga historia de luchas. Cumplir con lo que afirman demandará todavía no pocos esfuerzos. De nosotros depende.
Foto: Carlos Mux.