El protocolo de emergencia se activó de inmediato y estaban todos listos para comenzar a evacuar la nave, cuando rápidamente alguien decretó que se trataba de una falsa alarma. Ni si quiera llegó a ser un susto. Hasta el último de los tripulantes sabía lo que tenía que hacer.
No fue en alta mar, sino en el puerto de Ciudad del Cabo, donde la nave permanece amarrada desde el último jueves.
Es la embarcación de bandera noruega que hace menos de 15 días halló a 907 metros de profundidad al submarino ARA San Juan. Pertenece a la compañía norteamericana Ocean Infinity, con sede en Houston. Es muy posible que se trate de la mejor del planeta en su rubro, la exploración para diferentes fines de un lugar complicado: el fondo del mar.
Desde que hallaron los restos de la nave argentina, esparcidos en un cuadrante de 120 por 120 metros, están enlazados emocionalmente a la Argentina. Son cazadores de fortuna, es cierto, pero también los héroes que lograron descifrar el destino de otros héroes: las 44 víctimas de esa tragedia nacional ocurrida el 15 de noviembre de 2017.
Ahora, en puerto, el equipo de Clarín los puede ver ensimismados en tareas que no abandonan, a pesar del “éxito” obtenido días atrás. Los argentinos que viajaron con ellos desde Comodoro Rivadavia, tres parientes de tripulantes del ARA San Juan y tres capitanes de la Armada, cuentan que adentro de esa nave que vista de frente parece una torta de casamiento, todo lo que sucede está calibrado para no fallar.
Rickart, el capitán sueco (uno de los dos que tiene y que rotan cada determinada cantidad de días), es ahora el amo y señor de la embarcación. Nada sucede sin ser autorizado por él. Es quien dirige las dos reuniones diarias que tiene el equipo completo (casi 60 personas, mujeres y hombres de entre 25 y 50 años) y quien ocupa la mayor parte del tiempo el puente de mando del octavo piso, una sala circular vidriada desde la que se puede ver todo en 360 grados.
No tuvo la suerte de ser el capitán de turno el día que hallaron al ARA. Estaba en tierra, le tocaba descanso. “Me enteré del descubrimiento leyendo clarin.com”, le dijo esta semana al observador argentino Luis Tagliapietra.
Pero ahora Rickart no puede parar. Desde que llegaron a Sudáfrica, las tareas del Sebaed se han multiplicado. Trabajan en turnos de 12 horas, 24 x 24, con días de descanso que van rotando, casi como la redacción de un diario. Los apremia el tiempo. Deben descargar los AUV sumergibles que, operados a control remoto, lograron visualizar el submarino argentino y tomar 67 mil imágenes de nitidez extrema.
A cada una de esas cinco naves, que tienen el aspecto de un misil y se echan al mar como si fueran delfines, les toca ahora un service sesudo: mecánica y limpieza, pero sobre todo programación. “Nosotros básicamente lo que hacemos es, después de que el capitán decide, cargar datos y programar para que el barco avance y toda está maquinaria funcione”, le explicaba uno de los tripulantes en medio del mar a los argentinos que viajaron como observadores.
Durante todo ese tiempo, sin abandonar las obligaciones, quisieron que los viajeros sumados a la expedición en Comodoro Rivadavia el 7 de septiembre supieran todo sobre la nave. Los llevaron por cada rincón: les mostraron los dos primeros pisos, exclusivamente salas de máquinas; el tercero, donde se hallan habitaciones, gimnasio y salas de estar; el cuarto, donde está el comedor en el que se hacen las cinco comidas diarias, pero también con comida de todo tipo disponible las 24 horas; el quinto, la sala de operaciones de los increíbles AUV sumergibles; el sexto, con oficinas; el séptimo, con la habitación del capitán, las salas de reuniones y más oficinas; y el octavo, el puente de mando, donde no hay un timón, sino un joystick.
El submarino fue hallado en la jornada 72 de navegación. Hasta ese momento, nada fue distensión. Más bien silencio y concentración. Recién después del descubrimiento, cuando finalmente la nave encaró hacia Ciudad del Cabo, los tripulantes se relajaron.
“Estos últimos diez días de viaje fueron distendidos, sí, agarraron la guitarra, cantaron, miraron películas. Cambió radicalmente el espíritu después de la aparición”, contó Tagliapietra a Clarín. Pero en tierra volvieron a la dura faena.
Clarín fue testigo de una trabajo arduo. Tres expertos intentaban sacar un cable de varios centímetros de grosor del interior de uno de los AUV para limpiarlo, recolocarlo y volverlo a dejar operativo. Deberán someter al mismo procedimiento a cada una de estas piezas y dejarlas listas para montarlas en otro buque polar, que espera a pocos metros, en otra dársena, el SA Aghulas.
Esa nave comenzará un viaje sin precedentes en febrero de 2019: la mayor exploración científica de la historia del Mar de Weddel, en la Antártida. Ocean Infinity aportará su tecnología para que un equipo multidisciplinario de 45 científicos realice un estudio sobre los impactos del calentamiento global en ecosistemas del confín planetario.
Es la misión que continúa después de este capítulo sobre la búsqueda del ARA San Juan. Un capítulo que puede tener continuidad si el debate por el reflotamiento o no desemboca en una nueva misión a las profundidades.
“Estamos dispuestos a ayudar al Gobierno argentino si lo necesita. No podemos decir nada sobre el rescate del submarino por ahora”, dijo a Clarín Oliver Plunkett, el jefe en tierra, el CEO de Ocean Infinity, a quien todavía le resta cobrar: antes de Navidad, confirmó este diario vía fuentes oficiales, les girarían 7 millones de dólares desde el Banco Nación.
Pero para que eso suceda, desde el Seabed Constructor deben ser descargados todos los datos recogidos durante la misión que, este sábado, todavía estaban siendo descargados. Datos confidenciales que una vez leídos en la Argentina deberán ser destruidos. Este sábado, en puerto, en una de las oficinas del Seabed ese proceso de descarga todavía continuaba, lento pero sin pausa.
Fuente: Nuestromar