De repente, en la congelada mañana del sábado, un hombre bastante alto, todo vestido de negro, incluso su gorro, entró caminando a un estadio que no le trae los mejores recuerdos. Esta vez, el Osvaldo Giorgetti estaba casi vacío, a diferencia de aquella noche del 22 de noviembre de 1994, en la que era un hervidero. Claro, las situaciones eran otras. Puerto Comercial, el equipo local, no se jugaba un ascenso a primera división como aquella vez. El rival era el mismo, Bahiense del Norte, pero esta vez jugaban los más peques de ambos clubes. Los pocos asistentes, la gran mayoría padres y madres de los Mini y Premini, miraron una y otra vez. “¿Es Manu?”, se preguntaron. Y sí, era él. Un día, el gran Emanuel David Ginóbili volvió a Ingeniero White, en este caso para ver a sus hijos, los mellizos Dante y Nicola (12 años) y el menor Luca (8), y algunas sensaciones, seguramente, se le vinieron a su memoria…
Una inmediata revolución se produjo, situación que su Majestad desactivó rápidamente, aceptando sacarse fotos con los nenes y nenas que lo quisieran. Un gesto habitual de Manu, que casi siempre –salvo algún momento de crisis entre 2003 y 2005- supo lidiar con las mieles de la fama. Poco pensó Gino sobre aquellos –malos- recuerdos en esa cancha aunque, fiel a su forma de ser, pasaron por su cabeza. Y no es para menos porque fueron momentos marcantes en su vida. La referencia tiene que ver con aquella serie de playoffs que terminó con el descenso suyo y, lo que es peor, del club de sus amores. Una historia que reconstruimos…
-Papá, perdimos. Perdoname, por favor.
Aquella noche del 24 de noviembre, Jorge Ginóbili, presidente del club y padre de la criatura, estaba en una cena en el club Quilmes de Mar del Plata junto a sus otros dos hijos, Leandro y Sebastián, quienes jugaban en ese equipo de la Liga Nacional. Yuyo, fana como pocos, se había pasado toda la cena yendo hasta la vereda de la avenida Luro para llamar a la oficina de Bahiense desde el teléfono público que estaba en la puerta. Consumada la derrota y tras enterarse que Manu estaba llorando, desolado, pidió hablar con él… Ni siquiera él pudo consolarlo, algo que habían intentado todos. El desenlace le había pegado demasiado fuerte… Era tanta la ligazón de la familia con el club, ubicado a una cuadra y media de la casa, que Manu se sintió más responsable que nadie. “En ese momento me mató. Fue incluso peor a cuando me cortaron de la selección de cadetes. Lo viví con mucha vergüenza, como una deshorna porque Bahiense es mucho más que un club para mí. Es mi casa. Mi viejo le dedicaba mucho tiempo, mis hermanos habían logrado títulos ahí… Y yo, que no había ganado ni uno en formativas y llevaba apenas un año en Primera, me iba al descenso…”, recordó el menor de los Ginóbili.
Ni siquiera la previsibilidad de que esto sucediera le quitó impacto. “Nosotros pensábamos que podía pasar. Nuestro equipo era de pibes, algo tiernito y no era el ideal para enfrentar la presión de pelear por no descender. Pero a Manu no le entraba en la cabeza y se culpó. La tradición familiar en el club le pesó mucho. Hubiese dado lo que fuera para estar ahí, con él, en ese momento tan difícil”, recordó el padre cuando lo entrevisté para el libro El Señor de los Talentos. “Sí, es verdad, en aquella temporada se había confiado en los chicos del club y fue una temporada muy dura, con cambio de entrenador inclusive. Pero nada de eso iba a quitarme el dolor. Estuve devastado por días, sin que nadie pudiera consolarme”, agregó MG20, quien tiene más de una anécdota con Comercial, porque cuando tenía 9 años reforzó al equipo en un Encuentro de Mini disputado en Haedo y luego, ya jugando la Liga, estuvo en el partido que estrenó un piso parquet, junto a Estudiantes (BB).
Manu había debutado un año antes en Primera, luego de mucho luchar. Primero, contra la altura. De muy chiquito, seguramente por criarse en una casa que respiraba básquet, se volvió muy fanático y se había puesto como objetivo seguir el camino de sus hermanos, Leandro (siete años más grande) y Sepo (cinco). Se crió entre su casa ubicada en el Pasaje Vergara 14 –un centro de amantes del básquet que incluía a Sergio Hernández y el Huevo Sánchez- y el club, además de los pasos obligados por la casa de los abuelos, en especial de Bobotino (así le decía a Constantino, el padre de Raquel). Manu veía a su escasa altura como un problema para alcanzar sus metas y eso se convirtió en una obsesión que lo llevaba a medirse en paredes de su casa y el ropero del abuelo, y hasta a pedirle al pediatra que le hicieran un estudio para saber cuánto mediría de grande… No tuvo buenas noticias cuando volvió al consultorio: el test dio que llegaría a 1m85 a los 19 años. “¿Tan poco? Voy a ser un petiso”, fue su reacción. Así fue que hizo de todo para crecer: saltaba todo el tiempo buscando disimular así su estatura y hasta consultó a un bioquímico que le dio un batido de huevo, hígado y banana para fortalecerse. Con tal de lograr el objetivo, Manu lo hacía sin chistar. Por suerte, el destino le hizo un guiño: en medio año creció 12 centímetros, se metió en el gym y, de repente, a los 16 años, más fuerte y alto, ya jugaba en la Primera de Bahía.
El debut fue el 15 de septiembre de 1993, pese a que los padres intentaron retrasarlo porque tenían miedo por su físico, para ellos endeble. Pero Gino se destacó enseguida y, en aquella campaña fatídica del 94, terminó siendo uno de los mejores del equipo. Por eso sentía presión cuando arrancó la serie por la Permanencia, al mejor de tres partidos. Su rival, Puerto Comercial, era el subcampeón de Segunda, un rival con menos talento, pero mucha experiencia y capacidad física. Un primer duelo, en Salta 28, terminó a favor de Bahiense, por 85-76, con 14 puntos de Ginóbili. Pero la áspera forma de juego y el clima tenso vivido en la cancha –con dos expulsados- dieron pistas de que la eliminatoria no sería nada sencilla. El segundo partido, en White, fue una batalla física y psicológica que comenzó cuando el micro de la delegación bahiense tuvo que ser escoltado por la Policía hasta la puerta del club y siguió en un estadio repleto. Justamente el mismo que Manu volvió a visitar 28 años después, ahora con cuatro anillos de la NBA, un premio al Mejor Sexto Hombre, dos elecciones al All Star, dos medallas olímpicas, un absoluto reconocimiento mundial y un acceso garantizado, para septiembre, al Salón de la Fama del básquet…
Aquel partido, como toda la serie, fue muy duro, parejo y con poco goleo. Comercial lo terminó ganando 64-56, sin que Manu pudiera desplegar su talento (10 puntos). Los mejores del local fueron el base Eddie Pallottini (16) y Sergio Mézquer (12), quien a la postre terminaría siendo el famoso protagonista de la historia –y de esta nota-, por la frase que Manu repetiría una y otra vez en medio de su tristeza… El tercero y definitivo volvió a jugarse en Bahiense, con un clima tremendo. Mucha gente de Comercial llegó hasta Salta 28 y terminó copando el estadio que ahora se llama Manu Ginóbili. El joven talento dio la cara y jugó muy bien, anotando 21 puntos, pero la visita impuso su mayor oficio y veteranía para lograr el “maremoto”, como la revista Zona de Basket tituló la noticia, parafraseando con la sorpresa y por ser White una ciudad portuaria…
“Cuando ganamos el primero, pareció que estaba. Fuimos a White para el segundo y, si bien perdimos, yo creí que ellos nos habían apretado y que en casa sería distinto. Pero Comercial tenía gente grande experimentada. Si bien yo jugué bien e hice mis puntos, recibí bastante castigo y perdimos. Fue tremendo”, admitió Ginóbili. Una tristeza que quedó documentada en una foto en la que se lo ve llorando desconsolado tras el partido. De ahí habló brevemente con su padre y se fue a cumplir con su ritual de sufrimiento, el mismo que sus padres cuentan que había hecho cuando le dio la noticia el pediatra o cuando fue cortado del seleccionado bahiense de cadetes: encerrarse en su habitación para estar solo y llorar, sin que nadie lo viera. Ni su madre pudo calmarlo. “Sólo salió para sentarse a la mesa, pero no quiso cenar. Por eso lo llamé a Fernando”, rememoró Raquel, haciendo referencia a Piña, el DT y única persona que pudo entrar a la intimidad de su pieza. “Traté de hablarle, de decirle que lo tomara como una ganancia, que le iba a sumar de experiencia, porque iba a llegar lejos. Pero él no me decía nada, sólo se culpaba. No podía creer que había descendido. Pero él es así. Manu nunca quiso ser segundo a nada”, relató, confirmando la frase que repetía como reflejo de su hipercompetivividad. “Pero me ganó Mézquer, me ganó Mézquer”, decía Manu en referencia al alero rubio, tosco, duro, mañoso, que era el alma de Comercial.
Casi tres décadas después, a los 57 años, Mézquer trabaja -desde hace 22- en una empresa del puerto de Ingeniero White, como recibidor de granos. Se enteró por redes sociales que Manu había estado nuevamente en White y el tema de aquel enfrentamiento volvió a la luz. “Acá estoy, vine a visitar a mi vieja, a tomar unos mates, ya me imagino por qué me llamás”, arranca la charla con Infobae. “Algunos en mi trabajo conocen acá la historia de mi pasado como jugador y la mayoría me carga, me dice ‘pobre pibe, lo cagaste a palos’, pero yo les digo que nada que ver, que yo era intenso, te perseguía hasta debajo de la cama, pero no pegaba… Si creo que nunca salí por faltas”, cuenta sin dejar de hacer su descargo.
Enseguida se mete con el recuerdo que tiene de aquella serie y de Manu, puntualmente. “Fue una eliminatoria con mucho clima porque se sumó la barra del fútbol… Nosotros teníamos un equipo de gente más grande. Yo, por caso, tenía 29 y Manu, 16 o 17… Era muy flaquito y lo recuerdo como uno más del equipo. Sabíamos que venía de hacer 20 puntos en algunos partidos, pero nosotros no lo conocíamos. Tampoco lo habíamos enfrentado porque nosotros estábamos en Segunda y ellos, en Primera. Sí recuerdo a uno muy bueno que tenían, ese Luis Decio, al que Manu se refirió cuando armó un quinteto ideal de su vida. Era muy bueno, pero desapareció”, comenta quien en su momento era “un alero de 1m80 que dicen que era rústico, limitado, pero no era para tanto”, agrega, sonriente.
Cuenta que Comercial venía de perder la final por el ascenso con 9 de Julio, su ex club, “de forma increíble” y relata que hubo un quiebre en la serie. “Cuando perdimos el primer juego, en su cancha, fuimos a saludar y el técnico de ellos, un tal Pantera (NdeR: Gabriel Schamberger), les dijo que no nos saludaran, supuestamente porque habíamos jugado áspero… Lo cierto es que eso nos hizo calentar bastante y desde ahí jugamos con la sangre en el ojo. De hecho, en el segundo juego, vi que el técnico estaba dirigiendo dentro de la cancha y fui a chocarlo… Lo tiré hasta atrás del banco de suplentes”, precisa sin ponerse colorado.
-¿Por qué creés que Manu repitió esa frase “me ganó Mézquer” en medio de su desolación?
-Yo me pregunto lo mismo (se ríe). Mis compañeros me dicen que lo marqué y le di para que tenga… Pero insisto que no fue así. Yo le ponía garra a morir, pero no era de pegar. Tal vez se acordó de mí porque era capitán y un poco el símbolo del equipo. O será por lo que le decía su técnico, que no jugábamos nada, que éramos de la B… Tal vez ellos no pudieron creer que nosotros le hubiésemos ganado y lo personificó en mí. No sé… Pero ojo, nosotros no teníamos mal equipo. En Segunda se jugaba más rústico, eso sí. Pero no era que éramos unos burros.
-¿Y cómo fue el duelo en la cancha con él? Entonces no le diste murra.
-No, no le di. Seguramente lo seguí por todos lados, lo atormenté, pero no mucho más. Eso sí, puedo decir que los puntos que hizo fueron tirando de afuera, para adentro no se pudo meter mucho (se ríe).
-¿Ahora sos famoso por esa anécdota?
-Algunos en el laburo me cargan cuando se habla del tema y me dicen “mirá donde está Manu y mirá vos…”. En realidad es un orgullo haberlo enfrentado y luego en lo que se convirtió. Imaginate lo que ganó, jugó hasta los 40, entrará al Salón de la Fama y yo tuve que ponerme una prótesis de cadera. Pero bueno me queda la experiencia, aquel ascenso luego de siete años en Segunda, el haber jugado sin cobrar un peso, por la camiseta, con un grupo de amigos. Justo el club me llamó el otro día para un reconocimiento.
-¿Sentís que a Manu le sirvió esa experiencia?
-Por supuesto que sí. Debe haber sido un dolor enorme, un golpe… A veces, cuando mis hijos me dicen que ‘deje de mentir’, yo les digo que eso a Manu le sirvió. Lo hicimos llorar, fue un aprendizaje, le vino bien…
Fuente: Infobae.