Desde que en 1985, el osteópata y cirujano estadounidense John E. Upledgerfundó el Instituto Upledger en Palm Beach Gardens, Florida, la terapia craneosacral, como se la conoce, se ha expandido globalmente. Llegó al país en 1986, de la mano del osteópata Gilles Drevon Lieffroy, también fundador del Instituto Argentino de Osteopatía.
Es que justamente, la terapia craneosacral tiene origen común con la osteopatía, y su enfoque suave y no invasivo la hace atractiva para una amplia variedad de pacientes y condiciones. Si bien su nombre parece abarcar solo al cráneo, columna vertebral y sacro, la TCS trata al organismo en su totalidad.
“Mi primer acercamiento a la terapia fue como paciente. Durante varios años sufrí intensos dolores en las manos, las cervicales y la cabeza. Consulté a varios especialistas pero los síntomas no mejoraban. Un conocido me recomendó acudir a un terapeuta craneosacral. Sin saber mucho sobre esta terapia, decidí intentarlo”, recuerda Diego Pugliese, ahora terapeuta craneosacral.
A las pocas sesiones comenzó a notar mejoras: sus manos ya no se hinchaban tanto y los dolores de cabeza no eran tan intensos. Meses después, los dolores habían desaparecido por completo. “¡Parecía un acto de magia! La terapia realmente había transformado mi vida. Lo que más me sorprendía era el contacto del terapeuta, un toque tan sutil que a veces resultaba imperceptible”, señala Pugliese.
La terapia adopta un enfoque holístico que reconoce la capacidad inherente del cuerpo para sanarse a sí mismo y trabaja en armonía con este principio para facilitar el proceso de curación.
“Es importante tener en cuenta que las experiencias durante una sesión pueden variar ampliamente de una persona a otra –continúa Pugliese–. Muchos experimentan una profunda sensación de relajación, que puede permitir que el cuerpo y la mente se liberen de tensiones acumuladas y estrés. Además, durante las sesiones, algunas personas pueden tener recuerdos, emociones o sensaciones físicas, que pueden ayudar a identificar áreas de tensión o trauma emocional que requieren atención”.
Fabio Campolonghi proviene del shiatsu japonés (Escuela Kan Gen Ryu) y de la medicina tradicional china. Trabajó más de diez años con estas técnicas. En ese tiempo buscaba la salud inherente de la persona que venía a consulta para que encuentre su propia autorregulación, con la menor intervención posible del terapeuta. Llegó a la terapia craneosacral por recomendación de una doctora amiga. Cuando la probó, estuvo seguro de que su camino iba por ahí. Comenzó su formación en 2020 con Raúl Abeledo, que dirige la Escuela de Osteopatía y Terapia Craneosacral, y desde el 2022 se desempeña como terapeuta.
“Poco a poco fui dejando las agujas, la moxa, las maniobras y la digitopuntura del shiatsu, hasta reducirlo a su mínima expresión. En esta búsqueda llegué a la terapia craneosacral, una vertiente de la osteopatía que plantea más la escucha y la quietud biodinámica, para que a través del vínculo terapeuta-consultante, se encuentre una autorregulación-equilibrio de ambos en el vínculo. Es el terapeuta que, por medio de su propio centro interno (quietud), invita en el toque o maniobra con el consultante a esta búsqueda. Realmente es una terapia no invasiva, suave y sutil, con muy buenos resultados según mi corta experiencia”, señala Campolonghi.
Apropiada para personas de todas las edades, la terapia craneosacral
Algunos de los principales beneficios incluyen alivio del dolor, mejora del sueño, reducción del estrés y la ansiedad y mejora de la movilidad y flexibilidad.
“El terapeuta busca diagnosticar posibles alteraciones del organismo mediante la percepción y el contacto de sus manos con diversas estructuras anatómicas. Cada estructura: huesos, músculos, ligamentos, tejido conectivo, órganos tienen una fase de expansión y retracción llamada MRP (Movimiento Respiratorio Primario). Estos movimientos son muy sutiles pero perceptibles al tacto del terapeuta. En caso de una disfunción, el MRP se expresa de forma alterada”, explica Pugliese. De esa manera, mediante una “escucha” respetuosa y profunda de los tejidos, el terapeuta puede diagnosticar y posteriormente acompañar a las estructuras que haya encontrado en disfunción a armonizar su movimiento.
La sesión puede durar entre 45 minutos y una hora y cuarto. Una vez que el paciente se recuesta en la camilla, el terapeuta busca diagnosticar posibles alteraciones del organismo mediante la percepción y el contacto de sus manos con diversas estructuras anatómicas.
Martín Lionel Muñoz es médico y terapeuta craneosacral. Y al igual que muchas personas, conoció esa terapia dentro de la búsqueda de bienestar. Por entonces se encontraba realizando la carrera de medicina, atravesaba por un período de mucho estrés y malos hábitos y comenzó a presentar manifestaciones como bruxismo, dolor de cuello y espalda.
“Probé varias terapias sin resultado satisfactorio hasta que con la craneosacral encontré el alivio y la conciliación que buscaba. Comencé a notar que la terapia no solo me ayudaba con mis síntomas físicos, sino también impactaba en aspectos emocionales y vinculares”, señala Muñoz, que actualmente está finalizando su especialización como médico general y/o de familia.
Fuente: LN