El origen de la cerveza data de hace más de 7000 años, pero los primeros pasos de esta bebida en formato artesanal, en la Argentina, se dieron en 1984, cuando Juan Bahlaj fundó El Bolsón, el primer emprendimiento microcervecero del país.
En 1992, Blest inauguró su planta en Bariloche, convirtiendo a Patagonia en la pionera en el rubro. Seis años más tarde, en Mar del Plata, Antares fue la encargada de fabricar y comercializar la cerveza artesanal e instalarla a nivel nacional.
Si bien Aníbal Loggia, presidente de la Cámara Argentina de Productores de Cerveza Artesanal, opina que los números de participación son poco confiables, porque la actividad no está regulada y hay cerveceros que no están registrados, productores artesanales e industriales coinciden que la categoría creció una media de 40% en los últimos cinco años de la mano de 1500 productores artesanales en todo el país.
El rubro artesanal representa cerca del 2,5% del mercado cervecero total, una cifra baja si se compara con el sector en los Estados Unidos, donde la cerveza artesanal representa entre 15% y 17% del consumo de cerveza, aunque con un desarrollo de más de 30 años. Sin ir más lejos, en Mar del Plata, el consumo de cerveza artesanal es del 12%. “Las proyecciones de crecimiento son altísimas”, afirma Loggia.
Pablo Rodríguez es ingeniero químico y uno de los fundadores de Antares. “La explosión se dio en los últimos cinco años, aunque se hizo más visible en los últimos dos, porque afectó a la Ciudad de Buenos Aires y Córdoba. Rosario se sumó en este último año”. Sin embargo, en ciudades como Mar del Plata, Bariloche y La Plata vienen con ese desarrollo hace más tiempo.
Loggia cuenta que en el verano de 2018 sucedió un fenómeno que convirtió a este año en el peor de los 14 años desde que está en el rubro. Aparecieron muchos cerveceros “barriletes”, que hacen bebida de mala calidad y la venden a precios muy bajos. “Como cámara, trabajamos para regular esto”, agrega Hernán Buccino, dueño de una cervecería muy conocida en el barrio de Chacarita, Funes Birrería, y coincide en que “hubo una sobredemanda de cerveza que se convirtió en sobreoferta
de bares. “Al haber mucha gente haciendo lo mismo, hay mucha muy mala”, sentencia.
El Gobierno de la Ciudad se encontró más versátil al habilitar el expendio de cervezas elaboradas en fábricas con la habilitación en trámite. “Si no, la demanda no se veía satisfecha”, reflexiona uno de los dueños de la Cervecería Schäferhund, fábrica de cerveza artesanal cuyo diferencial es la producción de cervezas importadas.
Cuando la actividad comenzó a expandirse y la regulación no pudo acompañarla, la duda acerca de las condiciones de salubridad comenzó a tomar fuerzas. Los productores explican que tanto el alcohol como el lúpulo son antisépticos, con lo cual es raro que una bacteria se desarrolle en ese ambiente.
Además, el producto está hervido. Una levadura mal hecha hace que la cerveza quede fea, pero no llega a intoxicarse. Insisten en que el problema está en el estado de los picos en las bocas de
expendio. Su limpieza es esencial para un producto de calidad.
Nada que no se pueda solucionar
Al hablar de las problemáticas del sector, entre cerveceros hay camaradería para mejorar la calidad y proteger el espíritu emprendedor, pero falta interacción con las autoridades para generar marcos que ayuden y no frenen un fenómeno que se gestó naturalmente, afirman fuentes consultadas. Existen ciudades en las que se logró el apoyo del gobierno para formalizar, ordenar y regular la producción. El caso más emblemático es Mar del Plata.
En CABA, en cambio, los cerveceros resaltan lo tedioso del trámite de habilitación de la fábrica. “No hay reglamentación y exigen los mismos requisitos que se aplican a las grandes cervecerías”, cuenta el socio de Schäferhund, y agrega que “el código de edificación para habilitar el establecimiento no contempla el de cerveza artesanal”. Otro problema está en los proveedores de equipamiento nacionales, que tampoco están habilitados ni regulados en su mayoría.
Desde la Cámara, Loggia opina que el aumento de los servicios, así como de los impuestos internos, se convierten en un problema para el sector. “Una planta consume agua. Los aumentos te dejan más ajustado y con menos posibilidad de reinvertir”, agrega el dueño de Funes.
Pero, las perspectivas siguen siendo buenas: los productores coinciden en que la actividad no tiene techo en el mediano plazo y que el desafío está en estar a la altura de ese crecimiento, a través de la fabricación de un producto de calidad.
Fuente: El Cronista