Los puertos no precisan sólo de autoridades técnicamente preparadas o con el suficiente lobby para diferenciarse en una reunión de ministros con el jefe de Gabinete. Un buen puede garantizar una buena obra pero no una buena gestión. Y un histriónico puede hacer creer que pone el tema en agenda, cuando en realidad se está promocionando a sí mismo.
Quienes estudian el tema ya ni hablan de puertos como tales, sino de sistema portuario o de logística del donde los puertos son “apenas” la interfaz que conecta tierra con agua y viceversa.
Esta amalgama de transición entre la carga de comercio exterior y los buques que la transportan presta su mejor servicio al sistema integral cuando su “presencia” pasa prácticamente desapercibida: es decir, cuando las exportaciones y las importaciones entran y salen rápidamente por los gates de las terminales y cuando los buques pasan el menor tiempo posible en su recalada.
Idealmente (para la carga y los barcos) los puertos deberían ser garantía de fluidez. En los hechos (para los mismos protagonistas) pueden transformarse en “agentes lentificadores”, con camiones que tardan en entregar o retirar carga y barcos que demoran en recalar. Lo curioso es que tanto las cargas como los barcos son clientes del este sistema (y pocos pueden darse el lujo de perderlos).
El sistema portuario necesita tener una actitud más comercial. Su competitividad no sólo debe estar determinada por la productividad “dura” -sea de calado como de equipamiento- o por infraestructura privilegiada. Éstas son causas necesarias, pero no suficientes.
Los puertos deben salir a venderse, a las cargas y a los buques, en un juego a dos puntas sistemático y simultáneo porque sin mercadería no llegan barcos y viceversa.
A estas alturas, no importa tanto si se está ante un management privado con múltiples accionistas integrados mayoritariamente por fondos de inversión o frente a oficinas públicas a cargo de la administración de los muelles.
En el fondo se mantiene inalterable la distancia que separa al exportador de su cliente y al importador de su proveedor. La competitividad del comercio exterior necesita que los puertos sean agentes de negocios, en permanente competencia, disputándose cargas y servicios de transporte por agua. (Por Emiliano Galli; La Nacion)