¿Cuáles son las principales causas que lo provocan? ¿Podrían haberse prevenido? ¿Es el hombre, intencionalmente o por negligencia, el principal causante de estos disturbios o responden a causas naturales?
Héctor del Valle, investigador principal, y el becario pos-doctoral Leonardo Hardtke trabajan en el Instituto Patagónico para el Estudio de los Ecosistemas Continentales (IPEEC) del Centro Nacional Patagónico (CENPAT-CONICET) con información satelital de distintos sensores remotos (satélites) y análisis biofísicos de contexto que permiten detectar y estudiar los riesgos, amenazas y vulnerabilidad de los pastizales ante las quemas.
Diseñaron, por un lado, un modelo estadístico que es expresado en una cartografía digital que describe la relación entre el riesgo y/o amenaza de incendio y los factores que lo determinan como la temperatura, las precipitaciones, el viento, la vegetación y la densidad de población. Y, por el otro lado, desarrollaron una técnica de detección automática de áreas quemadas: “La computadora localiza las áreas que ya han sido afectadas por el fuego y las incorpora a una base de datos que se renueva cada 16 días”, explica Hardtke.
Una de las cuestiones más importantes que afectan a la gestión de los incendios es la falta de una cartografía sistemática del área quemada, que dificulta la evaluación del impacto ambiental y la introducción de medidas apropiadas para prevenir la erosión del suelo y ayudar a la regeneración de la vegetación.
Los conocimientos generados a partir de los trabajos y que son llevados luego a los mapas digitales son útiles también para establecer estrategias de monitoreo y control. “Entre los caminos vecinales y los alambrados muchas veces se deja crecer el pasto, que es biomasa potencialmente incendiable. En regiones de viento intenso el fuego se propaga muy rápido. Los pastos en general producen un estrato de continuidad por donde avanza el incendio y va creciendo al ir quemando los arbustos. La cartografía es un elemento de utilidad para la gente que trabaja en gestión de riesgo porque permite hacer un monitoreo de cómo se van regenerando aquellos lugares que se han quemado y mantener la limpieza de los caminos”, argumenta Del Valle.
Los científicos estudian la zona de la cuña austral (ver mapa) en la Patagonia del bioma Monte. Este bioma abarca cerca de 240 mil kilómetros cuadrados que discurren en forma paralela a la cordillera de los Andes, desde el sur de Santa hasta Neuquén, y desde ahí hacia el este hasta encontrar la costa atlántica. Este sistema es propicio para los incendios durante la primavera y en verano, cuando soplan vientos fuertes y hay baja humedad, y las temperaturas medias anuales van desde 18 °C en su zona central, hasta 15 ºC en el sector norte y 12°C en el sector sur.
Según enumeran los investigadores las consecuencias negativas de los incendios de pastizales en la región son vastas: degradación del ambiente, daños económicos por la pérdida del aprovechamiento del pastizal, disminución del atractivo paisajístico y aporte de polvo atmosférico y, en menor escala, contribución al incremento del efecto invernadero por la emisión de dióxido de carbono.
El grupo relevó unas 700 quemas que cubren aproximadamente el 20 por ciento del área de estudio y han podido recabar una gran base de datos. “Lo que buscamos obtener es un conocimiento del rol ecológico del fuego. De cada uno de ellos sabemos qué temperatura había el día que ocurrieron, como eran las condiciones de viento, cul era la vegetación predominante antes del incendio o la humedad del combustible. Al recolectar todos estos datos podemos generar hipótesis que puedan convertirse en potenciales alertas tempranas. La información es una herramienta fundamental para combatir incendios. Nuestro objetivo es poder estar delante de los problemas y no detrás” afirma Del Valle.
A partir del trabajo de mapeo que se compone de imágenes satelitales y se renuevan periódicamente, los investigadores pueden observan los patrones de distribución y de ocurrencia. Esto permite detectar por ejemplo si los incendios fueron provocados a partir de factores naturales o humanos.
Si bien la naturaleza, principalmente en forma de rayos, es iniciadora de incendios, la gran mayoría de estos disturbios tienen una causa antropogénica. Según Hardtke, “por ejemplo cuando encontramos que los fuegos sucedieron al borde de una ruta o tienen un solo foco, sabemos que en general fueron provocados por el hombre. Los incendios iniciados a partir de un rayo eléctrico no son tan intensos y tienen tres o cuatro focos de inicio”.
Fuego amigo
Los incendios naturales ocurren por lo menos desde hace 440 millones de años y han sucedido en todos los continentes y en los biomas más diversos, desde las sabanas tropicales hasta en los arbustales semidesérticos.
“Cada área tiene un régimen de incendio específico y si se modifica varían indefectiblemente las características ecológicas del lugar. Queremos hacer un aporte que resulte beneficioso para la comunidad pero también entender cuál es el rol del fuego en un ambiente como el nuestro. Si bien son un problema que pueden provocar pérdidas humanas y materiales, los incendios naturales en ecosistemas adaptados al fuego parecen ser importantes a la hora de mantener la biodiversidad y el funcionamiento del ecosistema. Lo esperable es generar políticas para mitigar los efectos negativos y potenciar los positivos”, concluye Hardtke.
Una mesa de trabajo para generar un protocolo conjunto de prevención.
Los investigadores del CENPAT Del Valle y Hartdke, participaron el pasado 6 de enero de una reunión junto a autoridades del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MINCyT), ministros provinciales y representantes de instituciones públicas abocadas al manejo del fuego para construir una agenda de acciones conjuntas, tendientes a articular el acceso a los datos e información que generan distintos organismos nacionales, así como gestionar y promover la investigación y el desarrollo de nuevas tecnologías para evaluar la potencialidad de peligro de incendios.