Un joven jujeño de 25 años que perdió ambos brazos se alojó durante una semana en el hospital provincial El Dique de Ensenada, donde un equipo de médicos y expertos en ortesis le confeccionan dos prótesis para que pueda recobrar parte de su autonomía perdida por un accidente laboral.
A Rodrigo Tolaba, albañil, casado y padre de dos hijos, le habían presupuestado más de 700 mil pesos para acceder a las prótesis. Desconsolado por su imposibilidad de comprarlas, decidió contactarse con la senadora jujeña Liliana Fellner, para pedirle ayuda. La legisladora se interesó en el caso y empezó a buscar alternativas. Finalmente, obtuvo respuesta del gobierno de la Provincia de Buenos Aires.
“Desde el año pasado, por iniciativa del gobernador (Daniel Scioli), desarrollamos un programa de ortesis en el hospital El Dique, que cuenta con un equipo especializado en la confección de prótesis para personas que no cuentan con cobertura de obra social”, explicó el ministro de Salud, Alejandro Collia, y recordó que “la primera prótesis que confeccionamos allí fue la pierna izquierda de Raúl ‘Tony’ Lescano”, el joven que fue arrojado del puente de Avellaneda desde unos 5 metros de altura, durante una protesta de portuarios.
A Rodrigo lo amputaron en el Hospital del Quemado de la Ciudad de Buenos Aires unos centímetros por debajo de los codos. Son muchas las cosas que no se pueden hacer sin los antebrazos: comer, beber, bañarse, vestirse, ir al baño, casi todo es imposible sin ayuda. Se sobrepone y confía en que el equipo médico, conformado por Germán Tovar, Miriam Sánchez y Patricia Nucettelli, le devolverá algo de todo eso.
En el Hospital El Dique, un centro de la Provincia especializado en rehabilitación, los médicos ya lo vieron varias veces, y este sábado volvió a Tilcara con los primeros equipos pre-protésicos para entrenar.
En un par de meses, Rodrigo tendrá las prótesis definitivas: un brazo derecho mioeléctrico, similar por forma y color a un brazo humano, y una prótesis izquierda mecánica. Con la prótesis derecha podrá tomar y soltar objetos y hasta rotar la “muñeca”. Del lado izquierdo, le colocarán una prótesis mecánica sostenida por un arnés. Con el movimiento del hombro le podrá dar movimiento para asir y sostener lo que precise.
La tragedia
Desde chiquito sabe que la vida es áspera Rodrigo Tolaba. Es el segundo de seis hermanos nacidos en Maimará, en medio de la quebrada de Humahuaca. En lugar de ir a la escuela tuvo que salir a trabajar a los 13 años. Cuando ocurrió la tragedia llevaba más de un década como albañil.
El 12 de junio del año pasado se levantó entusiasmado. Empezaba el Mundial, así que fue a trabajar motivado. Con su patrón y otros tres obreros ultimaban los detalles de una casa que les había dado un año de trabajo. A las cinco de la tarde esperaban estar frente al televisor, pendientes de Brasil versus Croacia. Pero eso nunca pasó.
A eso de las cuatro, Rodrigo amuraba una rejilla en el exterior de la vivienda. Un viento caliente empujó una de las escaleras metálicas que estaba apoyada en una pared y se enredó en unos cables de alta tensión. Rodrigo sintió el ruido y dio media vuelta. Supone que extendió los brazos para frenar la escalera que se le venía encima pero no se acuerda: “No sé qué pasó porque ahí me desmayé, me electrocuté y me desmayé, se me puso todo negro y no me acuerdo más nada”.
Despertó tendido en el piso y al ver los ojos desorbitados de su patrón lloró del susto pero no de dolor, porque no sentía nada. Las manos le habían quedado en puño y no podía abrirlas. Lo llevaron al hospital Salvador Mazza para las primeras curaciones y después al Pablo Soria, de San Salvador. “Estuve internado ahí dos semanas más o menos, en esos días empecé a mover un poco las manos pero después ya no me respondieron más”.
Un avión sanitario lo trasladó con su madre al Hospital del Quemado en la capital del país. A poco de estar internado tomó conciencia de que pese a los esfuerzos de los médicos la piel chamuscada de sus antebrazos se resecaba como un cartón. Se asustó cuando vio los huesos de sus muñecas. Su madre no se atrevió a decirle la verdad. Entró al quirófano a las 8 y cinco horas más tarde, al terminar la cirugía, lo llevaron a terapia intensiva. Cuando volvió en sí vio que sus manos y antebrazos no estaban. Fue un shock. “¿Lloraste?” “Sí… pero una llorada de 3, 4 minutos, ahora hay que acostumbrarse”.
Así y todo se defiende. Le armaron un aparato sencillo que consiste en una botella de plástico cortada para que encaje en el muñón, a la que le adhieren una cuchara para comer, un cepillo para lavarse los dientes y hasta una maquinita de afeitar. Rodrigo asegura que lo que más disfruta de lo poco que puede hacer con lo que le queda de brazos es alzar Alex, su bebé de seis meses.