Realizar un trámite en una oficina pública o privada puede convertirse en una verdadera pesadilla kafkiana. Siempre falta un formulario, un sello, un membrete, un certificado o una foto 4×4 que impide completar la tarea.
El gestor es la persona que, en representación de otra, realiza trámites ante diversos organismos, que por lo general suelen ser públicos. Antes, el profesional se formaba con un breve curso, pero en los últimos 10 años surgieron institutos con carreras terciarias y la profesión está regulada por ley. Según los gestores consultados por LA NACION, se trata de una profesión independiente que está bien remunerada y tiene buena salida laboral. Para ellos, hacer trámites no es ni aburrido, ni desesperante, ni difícil: lo consideran una tarea desafiante, y en algunos casos, apasionante.
“Nos pagan por algo que puede hacer cualquiera”
Los gestores suelen especializarse en un campo de trabajo, ya sea el automotor, el contable, el previsional, de la construcción, entre otros. Por ende, los trámites pueden estar relacionados con la venta de un auto, dar de baja un monotributo, realizar una habilitación o una escritura, gestionar una ciudadanía en la Embajada, presentar una declaración jurada, etcétera.
“Hay personas que les hablás de números o les pedís papeles y se marean, se ponen nerviosos, sienten presión. Aunque muchos formularios se fueron digitalizando, así y todo, seguimos teniendo trabajo”, cuenta Cristina Vergara, quien estudió la carrera en el Instituto de Gestores de San Justo, con el objetivo de entrar a trabajar al estudio contable que tiene su familia. Los trabajos más frecuentes que suele hacer son habilitaciones, altas y bajas de impuestos en ARBA y planes de pagos de moratorias.
En el mismo sentido opina Ibarra Mac Kenna, gestora especializada en el ámbito automotor. “Por más que la gente aprenda a hacer los trámites, los formularios se actualizan constantemente. Entonces vuelven a llamarnos. Algunos dicen que les sale más barato pagarnos que perderse un día de trabajo, porque quizá se los descuentan”, explica.
Además de ser gestora, Delfina es docente de la materia “automotor” de la carrera terciaria de gestoría que se da en el Instituto municipal de formación superior de San Isidro. “Hay cosas que di a principio de año que ya las tuve que cambiar por todo el tema de la digitalización”, cuenta.
“La carrera terciaria es algo reciente que nos da reconocimiento y profesionalismo”, opina. Es que la carrera existe hace menos de 15 años y se da en los institutos que dependen del Colegio de Gestores, ubicados en Lomas de Zamora, La Plata y San Justo. Además, en el último año se abrió la carrera en el instituto privado IEA, que tiene sedes en todo el Conurbano. Para ejercer necesitan matrícula y la profesión está amparada por la ley 7193 del Colegio de Gestores de Buenos Aires.
“El trabajo abunda, pero tenés que tener contactos”
Todos los gestores coinciden en que la salida laboral es muy buena. “Una de las cosas que más me gusta de ser gestora es que no haya competencia. Hay trabajo para todos. Cuando ves que las calles están llenas de autos, pensá que hubo un gestor trabajando en la venta, el patentamiento, o cualquier otro trámite relacionado”, cuenta Ibarra Mac Kenna, que puede hacer más de 20 trámites durante una mañana en el registro automotor.
Sin embargo, los profesionales consultados por LA NACION coinciden en que se trata una carrera basada en el “boca a boca”. Al tratarse de una profesión independiente, dicen que aunque conozcas todos los “vericuetos” o “manías” de un organismo público, para tener trabajo hay que “cultivar los contactos”.
Muchos comienzan haciéndole el trámite a un conocido, o son contratados por un profesor de la universidad, o ingresan a la empresa familiar. Este es el caso de Daniel Langdon, gestor especializado en inmuebles. Su padre era gestor y ahora también lo es su hijo, con quien trabaja.
“Podés estudiar, leer y estar actualizándote todo el tiempo. Pero si no tenés contactos es imposible porque la relación se basa en la confianza. Manejás dinero y documentación importante de las personas”, explica Langdon, quien brinda servicios para escribanías y estudios de abogados con todos los trámites que se necesitan para hacer una escritura o una hipoteca. En su caso, no tiene página web ni realiza anuncios para promocionar su empresa.
Además, muchas veces los gestores actúan de apoderados de empresas o personas. Esto significa que firman en nombre de alguien. “Tengo un apoderado al cual no le conozco la cara. Me dice que necesita una cédula azul y me deja los papeles en el buzón. Le hago la gestión, le dejo las cosas terminadas y me transfiere el dinero. Aunque si me lo cruzo, no lo conozco”, cuenta Ibarra Mac Kenna, que trabaja en la empresa de un profesor de su facultad y también tiene sus propios clientes.
Ante la consulta sobre qué tan bien o mal paga está la profesión, todos contestan una sóla palabra: “depende”. Esto es así porque no hay honorarios fijos según los trámites, sino que se pactan entre el gestor y el cliente. Además, al ser una profesión independiente, puede haber momentos de más o menos trabajo. Pero aseguran que quienes se forman y tienen contactos, pueden vivir de la profesión. Además, una de las ventajas es que cobran por trámite, por lo que finalizan algo en un par de días y ya reciben los honorarios. “No hay principio o fin de mes”, detallan.
“Algunos nos dicen estafadores y otros que les salvamos la vida”
Hay una parte de la sociedad que considera a los gestores como “chantas” y otra que asegura que “les salvan la vida”. Según los profesionales consultados por LA NACION, esto se debe a que hay personas que trabajan sin haberse formado o, en el afán de tener más clientes, prometen cumplir con plazos que después no pueden.
Sobre esto opina Rodolfo Delia, quien realiza gestoría en su estudio de arquitectura. “Hay que informarse bien sobre la complejidad de lo que pide el cliente y ser sincero con los plazos y el presupuesto. Si la persona se queda conforme, después te va a volver a llamar y recomendar”, cuenta.
Delia no estudió la carrera de gestoría, sino que aprendió los trámites por haber trabajado en la municipalidad de Vicente López y también por haber estudiado para ser maestro mayor de obra y martillero público. Sus trabajos más comunes suelen ser dibujar planos, gestionar habilitaciones y realizar permisos de construcción.
Para otros, el gestor soluciona lo imposible. “Muchas veces me contacta gente de bajos recursos que fue estafada con autos mellizos o que quiere vender un auto tan viejo que los trámites le salen más caros que el valor del auto. Les soy sincera y les digo que no les conviene, aunque eso involucre que yo tenga un trabajo menos. Y eso me lo agradecen de corazón, hasta me han dicho que les salvé la vida”, recuerda Ibarra Mac Kenna.
“Hay que tener una sonrisa para ganarle a la burocracia”
Para muchos, el gestor “todo lo puede”. Saben el día, la hora y cada papel que tienen que llevar. Conocen a las autoridades que pueden destrabar una gestión, o acelerar trámites de un día para el otro. Tienen hasta mesas diferenciadas para no tener que hacer filas y hasta dicen que los empleados municipales son “como su familia”. Además, son estos mismos empleados de los registros quienes les comunican “por whatsapp” las actualizaciones que hay para que estén al tanto.
“Más allá de que hagas todo paso a paso, la burocracia te frena. La clave es ser ordenado, perseverante y sobre todo tener personalidad para caer en gracia y saber romper el hielo”, afirma Delia.
Por su parte, el lema que utiliza Cristina Vergara, gestora del ámbito impositivo, para vencer a los organismos públicos es: “Siempre hay que tener una sonrisa”. “Al principio me desesperaba encontrarme con empleados que no son del todo gratos. Pero hoy es justamente lo que me apasiona del trabajo: el desafío de aprender a relacionarme con la gente”, asegura.
Para los gestores, realizar un trámite es un desafío; andar por la calle de un lado a otro es escaparle a la monotonía de la oficina; tener que estar todo el tiempo cambiando la forma de llenar un formulario implica aprender cosas nuevas. Y aunque a veces consideren que la tecnología es una “topadora” que quiere avanzar sobre su trabajo, afirman: “Nunca vamos a desaparecer”.
Fuente: La Nación