Nunca está más ocupado el museo que cuando suena el timbre del recreo. Las vacaciones de invierno lo ponen patas arriba. Ferrowhite se convierte en un oesum, en un museo del revés, en el que los trenes que faltan al derecho se fabrican a montones. Trenes de lata para un país destartalado.
Si afuera hace frío adentro todo parece ganar temperatura al calor de las manos que encastran, martillan y hacen nudos con moño, uniendo el rompecabezas de nuestra historia con las ganas de jugar. Pero de jugar todos y de jugar en serio, hasta que no sea tan fácil distinguir a los grandes de los chicos, hasta preguntarnos ¿Si la gravedad es una fuerza, por qué no podría serlo también la levedad?
A Dardo Ortega, por diseñar el tren prototipo; a Luis Leiva, Fernando Juan, Matías Mancisidor, Gabi Vecchietti y Graciela Sangregorio, por cortar y agujerear chiquicientas rueditas; a Jorge Ricardo Mux y a los Bardos de la UNS, por subirnos al ferrocarril de la narración; a Graciela Villablanca y Adriana Martinez, por engrampar con prisa y sin pausa; a la Escuela Técnica N° 1 y a los Cangrejitos de Barro, por prestarnos los martillos; a Nora Betencurt, Ariel Mondillo, Titi Sedrani y Fanny Maciel, y a Isabella Melcón, Ciro Romero, Joaquín Ortega, Emilia y Manuel Belozo -los más grandes del Prende-, por ayudar en la tarea a los más pequeños; para todos y para cada uno, este vagón de gracias.