La idea de garantizar un ingreso básico universal tiene muchos defectos pero una virtud abrumadora. Consagra el principio de que todos y cada uno de los ciudadanos son miembros valiosos de la sociedad y tienen derecho a participar de su riqueza colectiva.
Esa convicción motivó a pensadores extremistas durante unos 500 años dado que el argumento aparece descripto a grandes rasgos en Utopía de Sir Tomás Moro.
La idea volvió a tener resonancia en nuestros tiempos en un momento en que nos preocupa la erosión de los estándares de vida, la concentración de la riqueza y la posible amenaza de que haya desempleo masivo como consecuencia del cambio tecnológico.
Pero durante medio milenio el ingreso básico universal siguió siendo apenas más que un sueño utópico porque siempre chocó contra las rocas de la realidad. Las principales objeciones tienen que ver con el principio en sí mismo y la practicidad encapsuladas en dos preguntas:
¿Por qué la gente debería recibir dinero sin hacer nada? Y la segunda, ¿de qué manera podríamos solventar eso?
Sin embargo, es posible diseñar un esquema de ingreso básico que retenga sus principales atractivos y que al mismo tiempo minimice sus defectos. Se trata de un modelo muy bueno que se aplica en Alaska hace más de treinta años.
En 1976, los votantes de Alaska aprobaron una enmienda constitucional que permitió crear un fondo de inversión permanente, financiado por los ingresos provenientes del incipiente auge petrolero que se estaba produciendo en el estado norteamericano. Unos pocos años después, el Fondo Permanente de Alaska empezó a pagar un dividendo a todos los residentes registrados.
Dependiendo del desempeño del fondo, el dividendo anual fue de entre u$s 878 y u$s 2.072 por persona durante la década pasada. Salvo por su nombre, se trata de un ingreso básico universal que se paga independientemente de la contribución social o riqueza.
El programa no condujo a la pereza masiva, tal como temen los críticos del ingreso básico. La clave está en el adjetivo “básico”. El esquema, que cuenta con apoyo bipartidista, tiene cada vez mayor aceptación y lo describen como la “tercera vía” de la política estatal ya que electrocuta al político que lo toca. En una reciente encuesta telefónica, los alasqueños dijeron que las tres ventajas principales del programa son su equidad de tratamiento, su justa distribución y su ayuda a las familias en apuros.
El mes pasado, Mark Zuckerberg, CEO de Facebook, visitó Alaska y elogió los programas sociales del estado diciendo que le daban “algunas buenas lecciones al resto del país”.
Al igual que otros entrepreneurs de Silicon Valley, Zuckerberg cree que las nuevas tecnologías eliminarán miles de puestos de empleo. En ese mundo, señaló, debemos inventar un contrato social nuevo. El ingreso básico podría ser parte de la respuesta.
Algunos sostienen que Alaska es un caso especial porque distribuye los frutos de una bonanza petrolera. Pero quizás sea posible encontrar otras fuentes de ingresos para financiar programas similares en otros lugares. Algunos sugirieron un impuesto al valor de las tierras. Otros un impuesto a las transacciones financieras.
Pero hay otra potencial fuente de ingresos que Zuckerberg conoce, y muy bien: los datos. Si, tal como dice el dicho, los datos son el nuevo petróleo, hemos encontrado el flujo de ingresos del Siglo XXI. Los datos podrían hacer para el mundo lo que el petróleo hizo por Alaska.
La preocupación de Zuckerberg por los marginados de la sociedad es admirable, así como su compromiso por construir comunidades sólidas. A diferencia de la mayoría del resto de nosotros, tiene influencia personal para ayudar a resolver los problemas de nuestra era. Dirige una de las compañías con mayor valuación y tiene un púlpito digital desde el cual exponer sus argumentos ante los 2.000 millones de usuarios que tiene Facebook en el mundo.
Debería vivir acorde a su retórica y lanzar un Fondo Permanente de Facebook para cubrir un experimento de ingreso básico universal de manera más abarcativa. Debería alentar a otras empresas de datos, como Google, a contribuir también.
El activo más valioso que tiene Facebook son los datos que sus usuarios, a menudo sin darse cuenta, entregan gratis antes de que sean efectivamente vendidos a anunciantes. Parece apenas justo que Facebook haga un aporte social mayor por sacar provecho de este recurso masivamente valioso y que se genera en forma colectiva.
Sus accionistas odiarían la idea. Pero desde los primeros años de Facebook, Zuckerberg dijo que su objetivo ha sido generar un impacto y no armar una compañía. Además, ese gesto filantrópico podría hasta ser el golpe de marketing del siglo. Los usuarios de Facebook podrían seguir intercambiando fotos de gatos sabiendo que cada clic contribuye a un bien social común.
Ese intercambio de datos por un ingreso básico es simple y claro. Debería apelar a la mentalidad “solucionista” de Silicon Valley. Muchos entrepreneurs del sector tecnológico sospechan de la intervención del gobierno. Pero no hay ninguna norma que diga que solamente los gobiernos deben ocuparse de redistribuir la riqueza.
“Deberíamos explorar ideas como el ingreso básico universal para que todos tengan un colchón para intentar cosas nuevas”, dijo en mayo Zuckerberg en un discurso durante la graduación de alumnos de la Universidad de Harvard.
Muy bien, Mark. Inténtalo.
Fuente : El Cronista