Es curioso, muchas veces recorremos cientos de kilómetros, con vuelos carísimos, en busca de un paisaje ideal, sin embargo, suele estar más cerca de lo que pensamos. La Payunia es un claro ejemplo de uno de los destinos ocultos más lindos de la Argentina.
El paisaje es desolador, frío e imponente. La grava negra contrasta con los pastizales amarillos y el cielo azul. El viento sopla fuerte eliminando el sonido animal. La extensión es inmensa. En el horizonte, el volcán Payún Matrú se eleva desafiante. La Reserva Natural La Payunia, en el sur de Mendoza, a 160 km de Malargüe, con 800 volcanes, es en uno de los campos volcánicos con mayor densidad del planeta: se destaca por su dimensión El Nevado, Payún Matrú, Payún Liso y Chachahue. La extensión de 450mil hectáreas fue declarada reserva en 2010 y gracias a su atípica geografía recibe visitas de geólogos, vulcanólogos y turistas. Se accede a través de la ruta 40 y la ruta provincial 86. Es imprescindible contratar una excursión 4×4 por las dificultades extremas que presenta el terreno.
Desde Malargüe, se parte muy temprano por la ruta 40 con dirección al sur. Los primeros rayos de sol dejan ver guanacos, choiques y piches. En un breve descanso, al margen de la ruta, los sedimentos marinos impresos en las rocas dan pistas de la robusta actividad natural.
Tras una hora de viaje se desciende hacia el yacimiento petrolero Fortunoso. Aquí comienza el espectáculo volcánico. El primer impacto visual lo da un profundo cañón de lava donde corren las aguas de deshielo del río Grande. Siguiendo la hoja de ruta se observan escoriales de basalto y conos volcánicos. Las cámaras fotográficas salen rápidamente de los bolsillos ante una de las joyas de la reserva, las Pampas Negras, una llanura negra producto de erupciones volcánicas formada a fines del período Terciario.
El itinerario sigue bajo el sol rumbo al volcán La Herradura. El guía explica que estamos en una transición entre fitogeografía del monte y estepa patagónica. También, el origen de la palabra Payunia, derivación de la voz pehuenche “payen” o “lugar donde hay cobre”. La visita continúa dirección al Campo De Bombas. El accidente geográfico responde a trozos de lava lanzadas desde el cráter en estado líquido por una fuerte erupción, entre ellas se puede reconocer las coladas de basalto y campos piroclásticos de varios colores. El contexto es jurásico. A lo lejos el volcán Payún Matrú de 3691 m vigila el movimiento ajeno. Es muy joven en términos geológicos, aproximadamente 300.000 años. Lo acompañan a su alrededor formaciones de coladas de lava de distintas edades cuaternarias. También destacan componentes volcánicos, como piroclastos de diferentes tamaños llamados bombas, lapilli y cenizas volcánicas.
Pasado el mediodía se realiza un trekking a la cima del cráter del volcán Colorado. El rojo intenso cubre la olla. La vista, espectacular, deja al descubierto gran parte de la reserva. A lo lejos se avista el volcán Santa María y su colada de 17 km de largo conocida como el Escorial de la Media Luna. Entre los conos se eleva el volcán Payún Liso (3680 m) el más elevado de la región, con un cráter de 400 metros de diámetro y 90 de profundidad. Hacia el final se visita el Cerro de Los Colores, un campo volcánico de color rojizo y de una belleza inigualable. La jornada se tiñe de geografía, aventura y diversión. Contemplación y admiración.
Trekking al corazón del volcán Malacara
Otra perla de la región volcánica mendocina, a 50 km de Malargüe, es el volcán Malacara, al que se puede acceder en un trekking. El circuito tiene una duración de 2 a 3 horas y es de dificultad media. El volcán (1800 m) es único en su especie. Su violenta erupción fue de características hidromagmático, porque el material volcánico entró en contacto con el agua acumulada bajo la corteza terrestre. Así dejó al descubierto grandes cárcavas de casi 30 metros de altura por las que se puede ingresar en las excursiones. El escenario condice con un paisaje lunar o más bien algo fuera de nuestra órbita terrestre.
En el tramo inicial, se contempla el poder erosivo de la lluvia y el viento: crearon una serie de pasadizos. El camino es irregular, se debe esquivar y sortear escalones de piedras. A su vez presenta curvas y contra curvas entre paredones finos de grava de color arena que poco a poco cambian de color a un gris oscuro.
A medida que se avanza, las paredes son más elevadas haciendo del sendero un cañón volcánico al aire libre.
El circuito procede entre pequeños anfiteatros con vista al cielo y escurridizos pasajes. Vale destacar que el volcán posee tres cráteres y varias cárcavas importantes como la de “Los puentes”, “Tito Alba” y las “Cárcavas oscuras”.
Fuente: La Nación