“Ya nos queda chico el taller”, dijo Titi cuando estábamos cerrando el encuentro con un rico desayuno. Es que ayer éramos un montón en la jornada de intercambio de saberes que organizamos junto con el Hospitalito de White, el Centro Comunitario “San Ignacio de Loyola” de Spurr y el Centro de Salud del barrio 9 de noviembre.
El punto de unión de esta red entre cultura y salud que no para de crecer, tenía que ver con algunos usos alternativos de las plantas que podemos llegar a tener en el patio o en la huerta.
Por un lado, desde el Prende compartimos la técnica de impresiones botánicas en la que venimos experimentando desde principios de año.
Esta mañana, el Ferro no tuvo que ver con los trenes, sino con el sulfato ferroso. Una sal de color verde que, en contacto con el vinagre y la cal viva, se convierte en un mordiente, un vehículo que ayuda a que esa sustancia propia de cada planta llamada tanino, pueda desprenderse y así impregnar su esencia y su imagen en la tela.
Alguien había traído de casa hojitas de malvón y eucalipto que acá se mezclaron con las de aguaribay, agracejo y casuarinas que juntamos en el parque del museo. Con ellas armamos los diseños para que dejaran su marca sobre remeras, parches y mantelitos.
Luego, mientras la magia sucedía en la cocina del Prende, lxs amigxs del barrio 9 de noviembre nos compartieron la receta para hacer aceites y ungüentos naturales a partir de flores de lavanda y hojas de romero. También nos enseñaron las propiedades antimicrobianas, antiinflamatorias, cicatrizantes y relajantes, entre muchas otras, de estas plantas que suelen habitar algún cantero de nuestras casas. Como dijo Gaby, son “plantas que alimentan y que sanan”.
En la ronda final, cada grupo contó desde cuándo se junta y qué cosas hace. Mabel compartió que hace 21 años que existe el Loyola, donde trabaja de manera voluntaria con otras compañeras en el cuidado de la huerta comunitaria y el acompañamiento de lxs chicxs del barrio en los talleres de cocina saludable y actividades deportivas.
Hugo mencionó que su grupo, que comenzó por iniciativa de Agostina y Flavia en la Unidad Sanitaria, tuvo sus altibajos en cuanto a la participación hasta que después de la pandemia se fue haciendo fuerte. Y destacó que, además de relacionarse con las plantas de otro modo, han aprendido a ser sostén y compañía unxs de otrxs.
En la misma línea, Yesica habló de lo que para ella es “la familia del Prende”, esta comunidad que se fue armando alrededor y en el cruce de los diferentes talleres que suceden en el castillo. Y Rosita contó cómo comenzó en el taller de serigrafía de los martes y viernes y después se fue enganchando en otras actividades.
Una hora y media para que las plantas liberen sus taninos. 21 días de sol y calor para que el aceite esté listo. Mañanas de mate y tarea para que las personas tomen confianza…De pronto estábamos hablando del tiempo. Esa dimensión de cuyo paso los museos nos resguardan. Ese bien que pareciera ser cada vez más escaso en la vida cotidiana, más difícil de encontrar, y por tanto más valioso. Esa condición, que es fundamental, no sólo para que las semillas broten y las plantas crezcan, sino para que los vínculos comunitarios se consoliden.
Capaz algo de esto tenga que ver con la tenacidad de quienes sostienen estos espacios a diario, y con la voluntad de que toda esta red se vaya tejiendo, haciendo más densa, más tupida, como un bosque, una selva, un berenjenal.