Mantener un buen nivel de actividad física es clave para tratar la conducta sedentaria, así como para mitigar el impacto psicológico de la pandemia. Las vacunas recientemente desarrolladas contra el COVID-19 son una herramienta muy prometedora para la prevención de la infección, o al menos sus formas graves, y así lograr inmunidad colectiva para restablecer la vida “normal”, como estaría ocurriendo en Israel. Sin embargo, todavía hay varios interrogantes sin respuesta con respecto a la eficacia real a mediano y largo plazo en distintos escenarios.
“Aunque no se han realizado estudios específicos con vacunas COVID-19, si se han realizado experiencias en programas de vacunación anteriores como con la influenza H1N1. Las conclusiones sugieren que la práctica regular de ejercicio, podría ser una eficaz estrategia para potenciar las respuestas de anticuerpos”, plantea a Con Bienestar Diego Cáceres (M.N. 7.607), especialista en nutrición deportiva.
La forma en que el ejercicio aumenta las defensas inmunes del huésped es multifacética, pero un mecanismo clave es la movilización y redistribución frecuente de linfocitos T, que ayudan a proteger el cuerpo de las infecciones. Literalmente, miles de millones de linfocitos se movilizan en respuesta a un sólo episodio de ejercicio, particularmente si es dinámico y activa el sistema cardiorrespiratorio (por ejemplo, correr, andar en bicicleta o hacer remo).
“Está comprobado que en deportistas hay un aumento más pronunciado de linfocitos T y anticuerpos neutralizantes después de la vacunación contra la influenza que los controles de la misma edad, sin ejercicio.”, detalla Cáceres.
¿Pero qué ocurre con quienes no tienen el hábito de realizar actividad física de manera regular? ¿Es tarde? “No. Una sola sesión de entrenamiento somete a nuestro sistema inmunológico a una situación de estrés agudo que incluso podría actuar como un potenciador o booster al recibir una vacuna como la del coronavirus”, remarca el experto, que también es profesor de educación física. (TN).