El 7 de marzo pasado, Bahía Blanca vivió un evento climático sin precedentes. En apenas ocho horas, se registraron más de 300 mm de lluvia, prácticamente la mitad del promedio anual de precipitaciones de la región.
Este fenómeno, el más intenso en la historia de la ciudad, estuvo precedido por un período de calor extremo que afectó el norte de Argentina, Paraguay, Brasil y Uruguay desde mediados de febrero.
Las condiciones cálidas y húmedas saturaron el suelo, lo que, combinado con la lluvia torrencial, provocó graves inundaciones, dejando 16 muertos, más de 1400 evacuados y pérdidas económicas estimadas en 400 millones de dólares.
Este desastre puso en evidencia el impacto del cambio climático, según un estudio elaborado por investigadores de Argentina, México, Estados Unidos, el Reino Unido y otros países.
La investigación analizó cómo el calentamiento global influyó en la magnitud de las lluvias y el calor extremo que las precedieron.
“El estudio demuestra que el calentamiento global inducido por la actividad humana favoreció la persistencia de temperaturas extremas durante gran parte del verano, y especialmente en el centro de Argentina desde fines de febrero. Además, el calor extremo estuvo acompañado por altos niveles de humedad, generando una sensación térmica agobiante en los días previos a la tormenta. Estos factores actuaron como el combustible ideal para la formación de tormentas severas”, explicó a Infobae el doctor Juan Rivera, investigador del Conicet.
«El análisis de las precipitaciones acumuladas en la primera semana de marzo tiene cierto grado de incertidumbre debido a la variedad de fuentes de datos utilizadas. Sin embargo, los registros del Servicio Meteorológico Nacional indican una clara tendencia: el cambio climático está aumentando la frecuencia y severidad de estos eventos extremos”, agregó Rivera.
Por su parte, la doctora Mariam Zachariah, investigadora del Imperial College London, advirtió: “Con el aumento de la temperatura global, debemos prepararnos para eventos de calor extremo y lluvias torrenciales que pueden colapsar servicios de emergencia y dificultar la asistencia a la población”.
Este escenario subraya la necesidad de fortalecer los sistemas de alerta temprana, como los implementados por el Servicio Meteorológico Nacional de Argentina durante la tormenta, aunque los expertos coinciden en que aún requieren mejoras significativas.
El informe de la organización World Weather Attribution concluyó que el cambio climático fue un factor determinante en la intensidad de la tormenta. La investigación reveló que el calor previo a las lluvias no solo fue más prolongado, sino también más intenso de lo habitual, y que la combinación de estos elementos fue amplificada por el calentamiento global. Durante la semana anterior al evento, el suelo ya había recibido más de 80 mm de lluvia, lo que agravó el impacto de los 290 mm adicionales caídos en solo 10 horas.
La tormenta se desencadenó cuando un frente frío interactuó con el aire cálido y húmedo acumulado en la región, generando condiciones propicias para un evento meteorológico de gran magnitud.
“El calentamiento global favoreció las temperaturas extremas, lo que a su vez contribuyó a la severidad de las lluvias que azotaron Bahía Blanca, causando la muerte de 16 personas”, detalla el informe. No obstante, los investigadores advierten que, si bien el cambio climático parece aumentar la probabilidad de lluvias intensas, la evidencia aún no es concluyente respecto a su impacto en la frecuencia de estos eventos.
Rivera señaló: “Las olas de calor y las lluvias extremas tienen un enorme poder destructivo, ya que ocurren en períodos breves y afectan especialmente a zonas urbanas vulnerables, con consecuencias devastadoras para la población”.
Según el estudio, los modelos climáticos indican que el cambio climático está haciendo que estos eventos sean cada vez más frecuentes e intensos. Sin embargo, advierten que las proyecciones actuales podrían incluso estar subestimando su verdadero impacto. “A futuro, las tendencias muestran que este tipo de eventos serán cada vez más comunes en un mundo 2,6 °C más cálido que en la era preindustrial”, concluyen los investigadores.