Con pasillos abarrotados, filas para firmar ejemplares o para pagar, charlas para las que las instalaciones de La Rural quedaron chicas y un gran protagonismo juvenil, la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires volvió a la escena cultural y demostró su potencia como caja de resonancia de debates, tensiones y problemáticas coyunturales del amplio y diverso campo editorial argentino como lo evidenció el discurso de apertura a cargo de Guillermo Saccomanno al visibilizar y encender un debate que atravesó la 46ª edición.
Después de una interrupción de dos años, la Feria volvió y lo hizo con entusiasmo y euforia, lo que se tradujo en una alta concurrencia, sostenida durante los días hábiles y batiendo récords los fines de semana en los que se superaron las expectativas de los organizadores que, aún sin cifras finales, hablan de por lo menos 1.180.000 visitantes. Un número que supera ampliamente a las últimas ediciones y demuestra que se trata de un evento masivo que muchos esperan para buscar lecturas y acercarse a sus autores y autoras favoritos. Un poco en broma, un poco en serio, responsables de stands y comunicación de los sellos dicen que este año el predio de La Rural quedó chico para la increíble afluencia de personas.
Pero el movimiento no comenzó en los pabellones el 28 de abril, día de la apertura formal y llegada del público, sino el martes 26, cuando libreros, editores, docentes y bibliotecarios de 32 países comenzaron a habitar los 358 stands y realizaron sus compras y actividades en el marco de las jornadas profesionales. Según un informe de la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP), a partir de una encuesta realizada a veinte editoriales asociadas, durante esos días “se vendieron tantos ejemplares que algunas editoriales tuvieron que reponer sus stocks aun antes de comenzar la venta al público general”. (Télam).