“Los tiempos de la libertad son duros, ahora tenemos que hacer lo que pensamos nosotros y no lo que nos mandaba el dictador de turno”, dice, en tono de broma resignada, un empresario de la alimentación. En otras palabras: con Guillermo Moreno o Augusto Costa diciéndoles cuándo y cuánto aumentar los precios, no tenían nada que definir. Ahora deben analizar día a día qué hacer con los aumentos de cada producto. Así hoy se encuentran chocando contra la realidad de las caídas de ventas. Y eso les está haciendo frenar las remarcaciones.
“La cosa es así: a mi no me aumentan el sueldo desde abril, pero el torrontés que tomo a la noche, el chino de mi cuadra lo tenía a $ 35 a fin de año y ahora a $ 50; así el sueldo no me alcanza a mi, y tampoco al resto de la gente”, agrega un alto ejecutivo de una compañías líder de bebidas. Los números de su empresa muestran el mismo impacto que su propio bolsillo: caída de ventas de entre 5 y 10% respecto al año pasado. “Hubo mucha gente que se fue de vacaciones fuera del país, no hizo tanto calor como otros años, y está el impacto de la devaluación; no sabemos en qué proporción lo económico explica nuestra situación por sobre los otros dos factores, pero seguro pesa”, añade. Su colega de la cita anterior, de una compañía de alimentos de consumo masivo, habla de una caída de ventas de alrededor del 2% en enero respecto a igual mes del año anterior.
“Entre diciembre, enero y febrero, las subas de precios fueron importantes y generalizadas. Lógicamente eso impacta en el consumo, los salarios no se movieron”, dice Rodrigo Alvarez, de Analytica. “Este mes la inflación estaría en torno al 3% a nivel país y por arriba del 3,5% en la Ciudad de Buenos Aires”.
Ese parate en las ventas al que se refieren los empresarios comienza a reflejarse, de a poco, en la política de precios de las compañías. “Ahora tenemos que analizar día a día qué hacemos con los productos. Esto ya no es diciembre o enero, cuando todos los precios subían; ahora si la competencia no te acompaña en un ajuste, te caen las ventas y a veces tenés que dar marcha atrás”, señalan, por ejemplo, en una fabricante de alimentos nacional y líder en su sector.
“Nuestra medición muestra un menor ritmo de crecimiento de los precios en las últimas semanas”, precisa Luciano Cohan, de Elypsis. La semana pasada, la canasta que siguen subió un 0,4%, y esta semana tuvo un alza del 0,3%. En alimentos es más marcado: la semana anterior midieron una suba de 0,5% y ésta de entre 0,2 y 0,3 por ciento. “La mayoría de los rubros de alimentación se desacelera”, señalan.
“Es que no da para seguir aumentando los precios”, agregan en una multinacional que tiene una cartera amplia de alimentos. “Nosotros no tenemos una caída de ventas en febrero, pero si alguna baja. La lógica de seguir subiendo precios no da más. Porque además el tipo de cambio no nos está poniendo presión desde los costos, ni los insumos”.
En otra empresa dan un ejemplo: los aumentos que habían aplicado a fin de año recién lograron que toda la cadena de comercialización se los aceptara dos meses después. En la compañía de bebidas destacan “la enorme cantidad de promociones que hoy se encuentra en el supermercado, sea de gaseosas o lácteos, con ofertas de cuatro por tres productos, por ejemplo, que son un descuento del 25%”.
“Sí, pero esos descuentos ya no mueven al consumidor -señalan los fabricantes-. Los supermercados se nos quejan de que hacen rebajas y no logran siquiera incrementar el tráfico, que haya más gente recorriendo las góndolas, aunque no compre”.
“Cuando ponés un precio en la góndola es como cuando sacás una chica a bailar -dice el economista Roberto Dvoskin- Suponés que habrá una reacción del consumidor, que aceptará tu precio. Pero te lo puede rechazar, la chica puede decirte que no quiere bailar con vos. Y tenés que reprogramar, ver a qué otra chica sacás. Cuanto tenés un proceso como el de los últimos tres meses, con una inflación de casi 4% mensual, arriba del 50% anual, se producen fuertes desequilibrios de precios. Y entonces los procesos de reacomodamiento son complejos. A lo mejor no hay subas de costos, pero si reacomodamientos por la paridad de exportación, por ejemplo”.
Dvoskin añade que “el Gobierno bajó sus ingresos al bajar las retenciones, y entonces baja el gasto. Eso implica impacto en el consumo, en la actividad”. A menor actividad, menos consumo. Y aún falta el sacudón de las facturas de luz, que quitarán más dinero del bolsillo de los consumidores. La inflación se vería, así, frenada por la recesión. ¿Es una buena noticia? ¿O una mala?
Fuente: Clarin