La Noche de los Museos es incontable. Difícil de narrar o enumerar. Un suceso que altera el inventario de una institución acostumbrada al recuento escrupuloso de todo lo que acopia. Cada Noche de los Museos es un poco un sueño, no porque las cosas resulten como lo deseamos sino porque, en algún punto del trajín, terminan por escaparse de la lógica diurna que gobierna nuestras rutinas. Algo así como una noche en verso para muchos días en prosa.
Al ensamble juvenil de la Orquesta Escuela de Bahía Blanca, a la barra casamentera de Aleteo, a la troupe sutil de La Cultivadora de Gestos, a Patricio que se puso la gorra, a Esteban por poner el Castillo en tus manos, a Facundo por activar sus trenes, a Galo por la magia, a Urgara por los choris, a la peña de Boca por el pan, a Mango Quemao por el romance, a La Confusa por el cachengue, al equipo en pleno de Ferrowhite y a nuestras amigas y amigos de fierro -Caro, Nora, Cholo, Analía, Paola, Susana, Jessica y las dos Gracielas- por estar siempre, muchas gracias y buenas noches.