La Fiesta de la Confluencia reservó su segunda noche para escuchar músicas alternativas a los carriles centrales del pop y el rock y, en esa dinámica, la presencia de Abel Pintos como figura estelar, quien terminó ovacionado por 250 mil espectadores en Neuquén, cobró toda pertinencia en razón del carácter expansivo y ambiguo que ha adoptado su música.
Tras la explosión de Tan Biónica en la jornada apertura, siempre más proclive al desborde, Pintos es la contracara: en su noche todo es planificado, prolijo, cada elemento está donde debe y en ningún otro lugar. No promueve turbulencias ni arriba ni debajo del escenario. Con un método opuesto al de Tan Biónica, entonces, alcanzó objetivos similares.
Sea todo dicho hasta aquí para algunos como una forma de elogio y para otros un defecto; en cualquier caso, el ámbito en el que se ubicó al cantante, en la noche indie prevista en la grilla del segundo día, no pareció desatinado entre las elecciones posibles.
Con un vestuario de brillos y diseñado cual estrella del mundo del espectáculo, Pintos ofreció, como es usual, un concierto extenso, bien ensayado, con una voz cuidada para darle al público exactamente aquella prestación a la que se comprometió.
Atahualpa Yupanqui decía que el cantor se debe parecer a aquello que canta. No hay razones, a esta altura, para poner en entredicho la autenticidad de Pintos que, según se lo oye y se lo ve, se siente cómodo dentro de variantes estilísticas que, al final, abrevan todas en el melodismo y las formas del pop.
Bajo ese código, el cantante oriundo de Ingeniero White, presencia regular en la Fiesta de la Confluencia, inauguró la sesión en la Isla 132 a las 23.22 -ocho minutos antes de lo anunciado, una rareza para un festival, que en ese plano entregó dos jornadas absolutamente ordenadas- con “Sueño dorado”.
Su performance, que requiere predisposición a la escucha, fue acompañada por el público, que recibió por contrapartida un show que se extendió durante casi dos y más allá de la una de la madrugada.
Si un juvenil Abel Pintos cantaba en su momento los versos que escribieron Bebe Ponti y Horacio Benegas en “Para cantar he nacido”, bajo las coordenadas de la canción social (“Si no libera las penas/de los que están en la tierra/de nada sirve que suene/la voz de la chacarera), ese lugar de la canción comprometida en la Fiesta lo tomó, por derecho propio, el cantor y guitarrista Matías Rivas, oriundo de Plottier y surgido del Pre-Confluencia. (Télam).