Se cumplen hoy 38 años de aquel trágico miércoles 13 de marzo de 1985, cuando una explosión en el puerto de Ingeniero White sacudió hasta los edificios céntricos de la ciudad y dejó como saldo 22 personas muertas.
En la Junta Nacional de Granos los obreros no le eludían al trabajo y el silo 5 operaba durante 17 horas, en dos turnos, desde las 7 de la mañana hasta pasada la medianoche.
Ya el martes 12, el turno de las 16 ingresó advirtiendo pronto que esa sería una jornada complicada, en medio del polvo, el calor y la penumbra. Para peor, la ausencia de viento hizo que el polvo del cereal estuviese quieto, acumulado en el ambiente desde la mañana, con casi un centenar de camiones esperando para descargar.
Si bien 72 horas antes se habían limpiado los ventiladores y el piso de distribución, la cantidad de polvo era tanta que el sistema de ventilación no daba abasto.
La tarde del martes 12 Oscar Garbarino, encargado del taller, había entregado seis mascarillas a las tres personas que arreglaban un reedlers en los túneles de descarga: necesitaban usar doble protección para poder trabajar.
A las 11 de la noche el silo funcionaba a todo ritmo cuando el encargado decidió detener la noria 1 para evitar el sobrecalentamiento del motor. Su jefe le preguntó entonces si podía poner en marcha otra para no cortar el ritmo de carga. Se encendió entonces la 4, detenida, por idéntica razón, desde las 20. También la 3 estaba parada.
Habilitado por la Junta en abril de 1971, el Silo 5 tenía acopiadas esa jornada 50.000 toneladas de cereal, casi el 80 % de su capacidad, y los empleados terminarían, en menos de una hora, su turno.
Fue entonces que la tragedia comenzó a tomar forma. Sobre la cabeza de noria del sector 3, una polea elevó de tal manera su temperatura que la cinta transportadora comenzó a emitir chispas mientras marchaba hacia la parte superior, donde el polvo en suspensión había alcanzado un rango explosivo ideal.
El encuentro de estos elementos inició el caos. Primero, una pequeña explosión y un principio de incendio. Segundos después, una serie de estallidos en cadena, cada vez más fuertes. En pocos minutos, el edificio se convirtió en una trampa mortal.
Los peritos de Bomberos, Prefectura y la Policía Federal no pudieron determinar nunca la causa fehaciente de la explosión. A la teoría de las chispas de la cinta transportadora se agregó el posible encendido de un fósforo y un desperfecto eléctrico. Pese a ello, aún hoy los sobrevivientes aseguran que todo fue producto de un atentado, como el ocurrido durante 1977, en el mismo lugar.
Las explosiones destruyeron la plataforma de descarga de camiones, el techo del túnel de embarque No 2 y las oficinas y salas de control. Silos y sobresilos se desmoronaron, aplastando todo lo que estaba abajo, seres humanos inclusive.
Minutos después los vecinos comenzaron a llegar al lugar. Allí trabajaban sus hijos, hermanos, esposos, amigos y padres.
Fuente: Crónica publicada por La Nueva el 13/3/2015.