Esta referencia del papa Francisco a la profecía de Joel, que forma parte de la carta escrita por el Sumo Pontífice en ocasión del Bicentenario, remite a un texto bíblico anterior a la venida de Jesucristo, que pertenece por lo tanto al Antiguo Testamento.
Joel fue uno de los llamados profetas menores, su nombre significa “El Señor es Dios” y se cree que vivió alrededor del año 800 a.C.
En el Antiguo Testamento, los profetas eran enviados divinos para denunciar los pecados de su tiempo y llamar al pueblo al arrepentimiento y a la penitencia como un modo de reconciliarse con el bien y volver a una armonía en su relación con Dios. A menudo, por esta misma misión, ellos fueron perseguidos. La misión esencial y propia de los profetas era formular un llamado a la conversión ante una situación en la que el pueblo elegido se apartaba del camino señalado por Yahveh (Dios, en el lenguaje veterotestamentario).
Frecuentemente los profetas usaron figuras literarias para comunicar mejor el mensaje que debían transmitir, y Joel sigue ese mismo estilo.
Ya en el Nuevo Testamento, hay varios pasajes de los Evangelios que contienen referencias explícitas e importantes a esta profecía, por ejemplo, para explicar a los fieles el universalismo cristiano, un mensaje para todos, sin distinción de particularismos, sin exclusiones. Este rasgo se revela claramente en el magisterio del papa Francisco.
La teología atribuye a Jesucristo una triple misión u oficio: sacerdote, rey y profeta, una condición de la que participa la jerarquía eclesiástica, en primer lugar el Papa, pero también todos los fieles cristianos por medio del bautismo. Estas funciones se especifican en enseñar, santificar y regir, de las cuales la profética es la función de enseñar.
La enseñanza del mensaje cristiano es el anuncio de la palabra revelada y la denuncia de lo que no se halla conforme al designio divino. Uno y otra forman parte del magisterio pontificio.
El estilo del pontificado del papa Francisco tiene un tono marcadamente profético, que se expresa en la denuncia de situaciones de pecado, pero también en el anuncio de la misericordia divina.
El capítulo cuatro del libro de Joel es el último y se lo conoce como “El juicio de las naciones”. Comienza así: “Porque en aquellos días, en aquel tiempo, cuando yo cambie la suerte de Judá y de Jerusalén, congregaré a todas las naciones y las haré bajar al valle de Josafat. Allí entraré en juicio con ellas a favor de Israel, mi pueblo y mi herencia, porque lo han dispersado entre las naciones y se han repartido mi tierra”.
El mensaje del Papa parece remitir así a un momento final, a una instancia conclusiva de la historia humana en la que Dios juzgará a las naciones como tales, es decir, que además del juicio individual seremos también juzgados como pueblo. Allí se realizará un juicio sobre nuestras acciones y omisiones en relación con nuestras responsabilidades como miembros de una comunidad.
De todo ello se nos pedirá cuenta a los argentinos. Mirando nuestra historia, frecuentemente he pensado que no me gustaría estar en ese lugar y en ese momento.
Francisco escribe a los hijos de esta tierra bendita. Se trata de un mensaje que nos llega con motivo del Bicentenario de una Declaración de Independencia que dio nacimiento a un nuevo pueblo.
Los males que aquejan a nuestra patria han sido objeto de una denuncia en una gran multitud de documentos a lo largo de nuestra historia patria, y los actuales que padecemos hoy están a la vista, en primer lugar una monstruosa corrupción que es de toda la sociedad, no sólo de las clases dirigentes, aunque ellas tengan una responsabilidad primaria.
Joel describe una tierra devastada. Es una Argentina que exhibe sus llagas, con una dramaticidad hasta ahora desconocida.
Pero el mensaje de Francisco no remite solamente a esa realidad oscura y no se queda solamente en una pura admonición, sino que -fiel a su espíritu- aparece cuajado de esperanza, señalando un camino privilegiado en el cual sitúa en primer lugar a los jóvenes y a los ancianos. El sueño de los abuelos y la creatividad de la juventud. Ilusión y heroísmo. Es un llamado para salir de la oscuridad a la luz, a los sueños, pero también a la creatividad. El grito del profeta ha resonado en nuestros oídos una vez más.
*El autor es profesor de la Universidad Austral