La consolidación de mega-acuerdos de libre comercio globales confirma que la producción no conoce de banderas sino de eficiencias para radicar inversiones, y que es difícil desarmar el consenso respecto de que el comercio internacional es indispensable para el desarrollo económico. El resto es liturgia y poesía.
Macri encuentra un terreno poco fértil en materia de infraestructura logística y portuaria. No porque no haya equipo de base, sino porque su expansión no fue planificada: con un comercio exterior deprimido en los últimos tres años es difícil ver al sistema estresado. Si las señales económicas acompañan y reverdecen las exportaciones y las importaciones, junto con la germinación aparecerán también las malezas: el colapso logístico porque los servicios no darán abasto.
Más que inyectar dinero, Macri deberá inyectar cerebro. Destacan, en su entorno, su obsesión por contar con cuadros técnicos preparados. Dudan, los detractores, sobre si la carencia de profesionales ad hoc disponibles para entregarse al servicio público empujará al equipo presidencial a ceder ante la tentación de nombrar referidos en los cargos, con el insuficiente aval de unos pocos años administrando alguna una terminal bonaerense, hace más de 15 años (otro mundo en términos logísticos y del comercio exterior). Las escasas credenciales son ocultas ante un súbito frenesí por el servicio. Los mejores son elegidos, no autoimpuestos.
La Nación, en este espacio, se propuso el desafío de convocar a empresarios, académicos, dirigentes e incluso ex funcionarios para que aporten a un ” Plan posible ” en de logística portuaria. Promediando una entrega de 25 artículos, el consenso sobre qué hacer y cómo hacerlo es la conclusión más estridente.
La logística portuaria requiere ideas centrales (por su valor estratégico), y hasta el más simple reparo etimológico: el transporte refiere a lo que se mueve. El puerto es estático, es ventana al mundo, y transforma un transporte terrestre en uno acuático, y viceversa. Están vinculados, sí. Pero no son lo mismo.
Fuente: La Nación.