Dos obras que buscan colaborar con aquello que muchos, desde hace tanto, reclaman como un derecho evidente: “entrar al castillo” y “salir al mar”.
La sala en cuestión se encuentra ubicada en la planta baja de la usina, sobre una superficie de alrededor de 200 metros cuadrados. Un estudio realizado por especialistas del Departamento de Geología de la UNS certificó que en el lugar no hay asbesto, material contaminante presente en otros sectores del edificio. Por lo que la obra a encarar consistirá, en primer lugar, en aislar este recinto del resto de la construcción, y en realizar una limpieza de acuerdo con los protocolos de seguridad sobre el tema, para avanzar luego en su acondicionamiento como
nueva sede para los talleres que el museo realiza. Es decir, como un espacio en el que la historia del trabajo que Ferrowhite elabora se tense y traduzca en trabajo comunitario.
Con la Rambla de Arrieta nos proponemos crear en torno al castillo un paseo público con vista al canal principal de la ría de Bahía Blanca. O sea, convertir en una posibilidad cotidiana aquello que el museo viene tanteando con cada recital, cada visita escolar, cada fiesta realizada en los últimos años al borde de las aguas más complejas del planeta. Complejas, sí, porque en este puerto pasa de todo, lo advirtamos o no. La Rambla es un enclave privilegiado para comprender procesos en los que naturaleza e historia no pueden concebirse por separado, pero además quiere ser un lugar para pasarla bien. Un sitio para afirmar que en el paraíso de la soja y el polietileno, también se vive de cara al sol.
Desde que fue inaugurada por las Empresas Eléctricas de Bahía Blanca (una filial de la Compañía Ítalo Argentina de Electricidad), el 1° de octubre de 1932, hasta su salida de servicio el Día de los Inocentes de 1988, la Central General San Martín bautizada en un principio “Ingeniero White”, iluminó durante décadas a toda la ciudad. Allí se produjo la energía necesaria para activar elevadores y muelles, pero también cada una de las lamparitas, heladeras, radios, lavarropas y televisores que fueron poblando los hogares de la región a lo largo del siglo XX.
Primero el apagón y luego el desguace convirtieron a la usina en un agujero negro del patrimonio público. Su recuperación forma parte de un proceso que, más allá de los proyectos fastuosos que el castillo comprensiblemente inspira, confía en la labor sostenida y cotidiana junto a las personas que habitan, en concreto, este lugar. Un itinerario que inició allá por 2002 con la restauración del Taller Regional de Mantenimiento, espacio en el que funciona Ferrowhite desde fines de 2004; que continuó con la puesta en valor de la residencia del jefe de planta, convertida en el café La Casa del Espía; con la regeneración del parque de la usina y con el despliegue de innumerables actividades en la última década.
Las obras en la Rambla y la usina se llevan a cabo junto a la Asociación Amigos del Castillo. Son posibles gracias al apoyo, ganado en concurso, del Fondo Argentino de Desarrollo Cultural y del programa “Puntos de cultura” de la Secretaría de Cultura de la Nación, al aporte de la Fundación Cargill, y a la colaboración de los guardaparques de la Reserva Natural Bahía Blanca, Bahía Falsa, Bahía Verde.
Nota: Gentileza Ferowhite.