El próximo sábado 29 de noviembre, desde las 18 hs., Ferrowhite celebra sus primeros 10 años dedicados a la historia del trabajo ferroviario y portuario con una gran fiesta en el complejo de la usina General San Martín a la que están todos invitados. Habrá serigrafía en vivo, avistaje de aves, ferromodelismo, desfile de bolsas para las compras, milonga con Sergio y Adriana, música con Swing Gitanes, Sarita Cappelletti, Rosana Soler y el Taller de Canto de la Siempre Verde, brindis y extrañas apariciones en el castillo. Vení que seguro terminamos haciendo el trencito.
Cronograma
17 a 19 hs. / Rambla de Arrieta / Avistaje de aves. Presentación del centro de interpretación de la Reserva Natural, Bahía Blanca, Bahía Verde, Bahía Falsa. Milonga con Sergio y Adriana frente a La Casa del Espía.
18 a 20 hs. / Ferrowhite / Serigrafía en vivo. Traé tu remera, bolso, trapo y te lo llevás con un cangrejo encima. Maqueta Ferrocarril Pago Chico.
19 a 21 hs. / Ferrowhite / Trova, balada y bolero con el taller de Canto de la Siempre Verde.
21 a 24 hs. / Ferrowhite / Brindis en el taller. Los Swing gitanes hacen jazz francés con un serrucho. Tango con Sarita Cappelletti y Rosana Soler.
21 a 24 hs. / Usina General San Martín / Fantasmas en el castillo.
EL MUSEO COMO HERRAMIENTA
Ferrowhite es un museo taller. Un lugar en el que las cosas, además de ser exhibidas, se fabrican. ¿Y qué produce un museo taller? Un museo taller genera herramientas. Útiles para ampliar nuestra comprensión del presente y, por tanto, nuestra perspectiva del futuro, forjados en la labor con objetos y documentos del pasado, pero también en el cuerpo a cuerpo con la experiencia vital de cientos, miles de trabajadores ferroviarios y portuarios que forman parte de, y le dan forma a, esa historia. Eso dice el folleto que te damos en la entrada y eso más o menos es lo que intentamos, a pesar o en razón de que casi siempre nos sale otra cosa. No es fácil contar de qué va Ferrowhite. Un año en este museo tiene 36 meses, un montón de mañanas todas distintas. Un día toca montar con lupa las miniaturas que el mecánico ajustador Carlos Di Cicco talló en taquitos de madera y al otro cinchar con un torno que pesa más de cuatro toneladas. A lo largo de la última década, sin que sepamos cuánto de libertad, de azar y de necesidad hay en todo esto, Ferrowhite funcionó alternativamente como salón de baile, sala de conciertos, gabinete historiográfico, escenario teatral, taller de serigrafía, balneario contaminado, corsódromo, mecano, panadería, peluquería, café bacán, e incluso, como un museo.
LA HISTORIA QUE NOS TRAJO HASTA ACÁ
Ferrowhite cumple una década en noviembre de 2014. Su itinerario, sin embargo, forma parte de una trayectoria institucional más extensa. El museo abrió sus puertas el 6 de noviembre de 2004, luego de dos años dedicados a la recuperación del Taller Regional de Mantenimiento de la ex usina General San Martín. El taller, que había dejado de funcionar a fines de 1988, fue desguazado junto con la usina luego de la privatización de la empresa provincial de energía eléctrica a fines de los noventa. Su puesta en valor, propiciada desde el Museo del Puerto de Ingeniero White a través de un subsidio de la Fundación Antorchas, tuvo por primer objetivo alojar una colección de objetos que un grupo de ferroviarios había puesto bajo el resguardo de la municipalidad, luego de que los ferrocarriles argentinos pasaran también a manos de concesionarios privados. De ese modo nació Ferrowhite como un museo autónomo. Martillos, tornos y tenazas; escariadores, sierras y bigornias; caladores, cuchillos y piedras de afilar… No se imaginan lo que pesaban esas herramientas cuando hubo que hacerse cargo de su traslado. Al aceptarlas, estábamos asumiendo como propia la demanda no sólo del grupo de ferroviarios que las había “salvado”, sino de un sector mucho más amplio de la sociedad, de reconstruir una historia compleja que corría el riesgo de desaparecer junto con ellas. Puede que por eso pesaran tanto. Ahora bien, el equipo del museo hubiera sido incapaz de empezar a dar cuenta de esa historia en soledad. Necesitaba para ello de la colaboración efectiva de todos aquellos que de un modo u otro formaron y forman parte de la vida del ferrocarril, de los elevadores, los muelles y las usinas de este puerto. Es eso lo que nos ha llevado a golpear la puerta de nuestros vecinos, pero al mismo tiempo lo que ha hecho que algunos de esos vecinos terminaran considerando al museo como su propia casa. Comenzamos haciendo entrevistas bajo los protocolos de la “historia oral” y terminamos comprometidos con nuestros entrevistados en el armado de muestras, obras de teatro, artefactos extraordinarios y fiestas de carnaval que no sólo dan cuenta del pasado de una comunidad sino que, de algún modo, intentan incidir sobre su presente.
UN MISMO EQUIPO CON CAMISETAS TODAS DIFERENTES
Libros y bolsas para las compras, balsas y videos, teatro y cajas para herramientas… Ferrowhite produce implicando en esa producción a un mecánico de locomotoras con un arquitecto, a un videasta con un buzo, a un municipal con una costurera, a una licenciada en historia con un estibador. Personas que llevamos adelante en este lugar actividades que derivan pero al mismo tiempo están más allá, o más acá, tanto de las habilidades pulidas a lo largo de nuestra vida laboral, como de las rutinas que la industria de la cultura programa para nuestros ratos libres. ¿Hará falta decir que, en vista de nuestra variada condición de clase, género, edad, nivel de ingreso o educación, y en virtud de nuestra pertenencia o no a los estamentos municipales –o del lugar que cada uno ocupa dentro de ellos-, los miembros de este “colectivo” casi nunca estamos de acuerdo; que la discusión, más allá de las buenas intenciones, nunca es de igual a igual; que incluso la posibilidad misma de que la discusión suceda no es algo que podamos dar por descontado? Porque Ferrowhite, esto también hay que decirlo, no es hijo del acuerdo espontáneo de sus integrantes, sino el resultado de la constante, muchas veces ardua negociación de nuestras diferencias. Hay quien piensa que con conocer con más precisión la historia de este sitio, previniendo así las generalizaciones apresuradas y los mitos que esas generalizaciones fundan, alcanza y sobra. Está quien reclama, en cambio, que este museo estatal vale sobre todo por las intensidades que genera, por la capacidad de transformar al visitante, aunque sea por un rato, en un artífice. Y la verdad, importa menos decidir quién tiene razón, que el pequeño milagro de que sigamos trabajando alrededor de una misma mesa. La historia de este museo es también la historia de nuestra variable capacidad para convertir nuestras discusiones en una potencia. Y lo increíble es que a veces funciona.