En homenaje a este singular personaje que ha iluminado la esencia de la población whitense. El vecino, el profesor, el amigo de la gente parte de nuestro pueblo simplemente…Atilio.
Mi nombre completo es Santiago Atilio Miglianelli, nacido en Ingeniero White en el año 1933. Poca gente me conoce por mi primer nombre, para la gran mayoría soy “Atilio”. Tengo un hijo que vive en San Antonio y una hija que vive acá al lado momentáneamente, ya que se está haciendo su casita en la otra cuadra; además de cinco nietos hermosos. Mención especial para mi señora que me aguanta porque salgo, vengo, no paro nunca, me pongo a conversar con la gente…
– Si yo le menciono Ingeniero White, ¿qué es lo primero que se le representa?
— Para mi es un pueblo único, cuando me preguntan siempre digo “vivo en el país de White”.
– Vayamos a su infancia, ¿cuáles son los primeros recuerdos, las primeras imágenes que tiene aquí?
— Recuerdo que pasé una niñez con una pobreza tremenda, pero con una felicidad inmensa, porque me acuerdo que el que tenía puerta en su casa ya era millonario y nosotros teníamos puerta de bolsa. Entre todos los conventillos que viví, recuerdo que, en uno de ellos tres familias lo compartíamos, me acuerdo lo inmenso que era el patio. Pasé un tiempo en uno ubicado en calle Cárrega que subía la marea y teníamos que poner las camas arriba de los cajones de pescado porque el agua llegaba; pero la nobleza del mar es que el agua baja y sube, a diferencia de la inundación que arrasa sin miramientos. En los conventillos se daban situaciones bastante particulares, porque en cada uno de ellos habitábamos tres o cuatro familias que sumábamos alrededor de 30 personas; recuerdo que vivían italianos, como el caso de los Toscano, vivían criollos, era un mundillo aparte y muy respetuoso.
– Dentro de esos primeros años donde las condiciones para subsistir no eran las ideales, empezó a recibir las primeras enseñanzas de vida y a la vez conociendo gente, ¿cómo se adaptó a ese momento?
— A los 11 años tuve que abandonar la escuela y salir a trabajar. Mi primer empleo fue de repartidor de carnicerías, una de ellas la de Pedro Zubini (que estaba fusionada con la de “Cholo” Pellegrini) y la de Luciani; además trabajé como repartidor de hielo, cuando casi no había heladeras eléctricas, las pocas que existían se las encontraba en algún que otro negocio pero incluso a la mañana a éstos se les llevaba tres o cuatro barras de hielo y a la tarde te pedían más, además de repartir casa por casa y en el boulevard. También fui lustrabotas, tarea que hacía en horario nocturno en los bares que tenían, para ese entonces, una tarima y arriba vitrolera y la gente te pedía tangos de Magat, Magaldi, Gardel, Ignacio Corsini, más adelante Edmundo Rivero, entre otros.
– Además en esa época a la que usted se refiere había buenas voces locales
— Eran bárbaros, por nombrarte solo algunos, sé que me voy a olvidar de otros, pero “Cacho” Crudelli, Boccanera, Antonio Ocampo, Cabezas, Flori Genovali, su hermano, todas muy buenas voces.
– ¿Había lugares específicos para cantar?
— Sí, pero también, por ejemplo, con Antonio Martiní íbamos al Puerto y entonaba debajo de la bodega llena de humo, de trigo con su voz potente. Con Antonio trabajé desde 1949 hasta 1954 en la empresa eléctrica. Es más, cuando volvíamos del cine, nos parábamos en la esquina de la cancha de Comercial, donde está el almacén de Alonso y cantábamos tango hasta las tres de la mañana.
– Recién mencionaba al Puerto y tengo entendido que para usted ese es un lugar donde ha transcurrido mucho tiempo de su vida
— Para mi era mi segunda casa. Iba al muelle Nacional a pescar a cualquier hora del día y te puedo asegurar que sacabas, lo mismo que en el muelle de Hierro (al que le decían el triángulo) donde se buscaban cornalitos; le ayudaba a los pescadores a descargar los cajones. Más adelante les proveía a las lanchas pesqueras de carne. Uno mismo se bañaba en los balnearios, eso ahora, con los adelantos, fue desapareciendo.
– Otra de sus vocaciones es la actuación
— Te cuento una anécdota, vivía en un conventillo en la calle Plunkett a la vuelta de San Martín. Corría el año 1950, trabajaba en DEBA y salía a las 13 horas, almorzaba y rápidamente me iba a Galván y cuando la marea estaba baja venía hasta lo que es actualmente el Club Náutico, donde estaba la bomba de Comercial, cruzaba el barro e imaginaba que alguien podía estar filmándome y la paradoja es que con el tiempo hago el desembarco de Cristóbal Colón en el año 90 y en el 91, fue como una premonición.
– Mucha gente acá lo identifica con eso
— Tal cual, dicen Atilio y lo asocian con Colón. También me gritan Papá Noel, cuando paso por la Escuela Técnica los chicos me gritan “Popeye” y la verdad que me gusta y enorgullece. Pero volviendo a los recuerdos, me acuerdo de los trenes, que los de segunda eran de madera y los de primera de cuerina, que, a la hora de pleamar venían hasta 18 vagones llenos de gente.
– ¿Hoy, en qué anda Atilio?
— Estoy jubilado, voy al Club Náutico en el que soy socio vitalicio, colaboro con el Museo de Ferrowhite. Siempre me gustó colaborar con las instituciones; fui presidente de la Escuela Técnica alrededor de siete años, el primer presidente de la Escuela de Formación que está enfrente de la Técnica; organicé, desde la Sociedad de Fomento, las primeras fiestas del Camarón y el Langostino; fui vicepresidente del Club Comercial, presidente de la Comisión de pileta y bañero trabajando ad honorem porque para mi era una satisfacción.
– No le quedó mucho por hacer
— En ese sentido me considero un tipo de mucha suerte. Soy “Atilio” gracias a las instituciones.
– ¿Es cierto que tuvo la posibilidad de conocer a Julio Sosa?
— Sí, la madre de una chica a la que enseñé a nadar. Resulta que esta mujer un día me dice “Julio Sosa es amigo mio, cuando venga a Bahía va primero a la Fonoplatea de LU2 y después viene a casa que queda en Loma Paraguaya”. Y así fue, primero lo fui a ver a la Fonoplatea y después pude conversar con él en la casa de esta mujer, un tipo muy macanudo, campechano. Todo esto gracias a las instituciones y el reconocimiento de la gente de White.
– ¿Qué hubiese sido de usted si no hubiese nacido acá?
— No sería nada, habría pasado desapercibido por la vida. Le debo todo a White, tengo mucho afecto por la gente que vive acá. Tengo un refrán para los que vivimos aquí: “discutís con un vecino y al rato le vas a pedir un trozo de pan y te da dos”.
Te quiero dejar con una charla que se dio hace poco en el Club Náutico, los muchachos discutían por quién podía ser Ministro de Economía y me piden la opinión: “No vayan muy lejos, pregúntenle a Caserma, el padre nació con una canoa, después tuvo una lancha, fíjense lo que tiene ahora”.
Nota: Esta entrevista fue realizada por nuestro amigo y periodista Leandro Carlos, Grecco a mediados del año 2007 para la publicación gráfica Ingeniero White.com, discontinuada en el año 2009. El 1 de Diciembre de 2007 Atilio Miglianelli falleció y en Agosto de 2008 la revista con la nota incluida fue impresa y entregada en mano a su esposa Mari, recibiéndola con sorpresa y emoción.
Foto: Agradecimiento FERROWHITE.