Un día Ángel trajo al museo esta foto. Ahí está Atilio Miglianelli, más joven de lo que lo conocimos, tan pensativo como se lo veía a veces, y están sus compañeros del equipo de buceo de la usina -Angelito no salió porque justo estaba abajo del agua- posando para la posteridad sobre una balsa hecha con pallets de madera y tambores de aceite acá a la vuelta, junto al viejo muelle de los elevadores de chapa. Desde aquel día, un interrogante fue madurando en la acalorada cabeza de nuestro compañero Guillermo Beluzo: ¿Cómo sería esa balsa hoy? se preguntaba Guillermo, a la hora del primer mate, mientras calzaba la boca del termo en el pico del dispenser. Hasta que una mañana de verano el bidón de agua del dispenser se secó y Guillermo se nos apareció con este dibujo:
El Arca Obrera es una balsa diseñada y construida con ayuda de Luis Leiva, Roberto Orzali, Roberto Conte y Ángel Caputo, trabajadores del mar. Está hecha con 61 bidones de agua que nos regalaron porque estaban pinchados, amarrados entre sí por tiras de polietileno. No hay nada en esta embarcación que no sea de plástico excepto, claro, los que la tripulamos. El agua que falta en los bidones suele faltar en nuestra ciudad, en tanto el polietileno del que están hechos sobra, entre otras cosas porque el agua es uno de los principales insumos y el plástico uno de los principales productos del polo petroquímico que cerca nuestras costas.
Con algo de humor, el Arca Obrera se presenta como un “dispositivo de escape en caso de accidente”. Un humor más negro que el humo: en el año 2000 un escape de cloro y otro de amoníaco cambiaron para siempre la relación de Ingeniero White con el Polo Petroquímico. Por eso el Arca viene con un instructivo de de armado y otro de uso, por si querés armarte en casa la tuya.
La balsa, que pasa el invierno como un objeto más de nuestras salas, sirve en verano para navegar y así mirar bien de cerca, desde las propias aguas de la ría, a los enclaves sobre los que aquí se trata. Objeto derivado de la producción de las empresas asentadas en este puerto, convertido en instrumento de indagación sobre las mismas, el Arca porta nuestro deseo de conocer mejor el entorno con el que convivimos a diario y, al mismo tiempo, carga con las ganas de pasarla bien de aquellos que, habiendo puesto el hombro para edificar este sitio, quieren seguir viviendo en él. Tal vez el interrogante implícito en el proceso de su construcción y uso es qué tipo de lazos y qué clase de demandas somos capaces de tramar, incluso en el disenso, toda vez que de mantenernos unidos depende seguir a flote. Lo que nos lleva a la pregunta del principio.
Nota: Agradecimiento Ferrowhite, Museo Taller.
Fotografía: Nicolás Testoni.