Una buena parte de su vida en el mar y el pasado esplendoroso de la localidad fueron algunos de los temas centrales que formaron parte de la 573ª entrega de IngenieroWhite.Com, emitida por La Brújula 24, que contó con Cacho Marzocca como protagonista principal.
–Cacho, para empezar, San Silverio…
–Pese a que es la única festividad que se mantiene vigente en White, junto a la Fiesta Nacional del Camarón y el Langostino, cada vez que la realizamos tenemos temor por la falta de concurrencia. El cambio social se nota…
–Y antes, ¿cómo era?
–Todo empezó con la imagen que trajo Lucía Espósito junto a Filomena Conte, provenientes de la isla de Ponza. Y así se fueron integrando familias de otros puntos, como mi familia, proveniente de Bari. La colonia pesquera llegó a tener 51 embarcaciones. El mejor trajecito o la ropa que estrenábamos se guardaba para el festejo de San Silverio.
–¿Cómo era la vida en esos tiempos?
–Estudiaba en el Colegio Industrial, vivíamos la noche en White, teníamos nuestras costumbres. Inseguridad, nada; se vivía tranquilo. En el auge de las cantinas, White se llenaba. Mis tíos, Spadavecchia, nos transmitieron las bases para inaugurar la Zingarella.
–¿Y la pesca cómo llegó a tu vida?
–Por amor. Me enamoré de la hija de una familia muy querida que llegó de Ponza, como los Conte. Ella no se tuvo que adaptar a mí, sino que yo me adapté a ellos. Con mi suegro y mi cuñado conjuramos la idea de comprar una lancha, que fue La Estrella Polar. Aprendí los secretos de la pesca y vivíamos, como tantos otros, de esa actividad.
–Cacho, para cerrar, una de las tantas anécdotas que hayas vivido en el mar. Elegí una.
–Volviendo a puerto después de pescar en la zona de Rosales, nos agarró una tormenta con vientos de más de 110 km/h; la embarcación se golpeó y empezó a entrar agua hasta hundirse. Llegamos en canoa a batería y por suerte sin lamentar ninguna pérdida. Siempre le pedíamos por cualquier cosita a San Silverio porque, en función espiritual, era el único que nos podía proteger.