BRONNITSY.- El olor de un asado es inconfundible. El viento suave lo arrastra desde la parrilla fabricada especialmente para los ilustres habitantes de este gigantesco predio. Es mediodía, el clima agradable invita y de a poco empiezan a aparecer los comensales por la terraza del primer piso. Hay caras de sueño que reflejan el agotamiento que produjo una noche emocionante, vivida al límite. Pero sobre todo, lo que manda en el ambiente es la distensión que airea cada habitación. Aunque casi nunca las nubes sobrevuelan la ciudad, este miércoles es el primer día de sol pleno para la selección en el Mundial. Vale estirarse un poco más: el mejor desde que la aventura rusa empezó en Buenos Aires, el lunes 14 de mayo, cuando Jorge Sampaoli dirigió el primer entrenamiento. Lo advierte Diego Iacovone, el cocinero de la delegación, que saca una entraña a punto, lo perciben los jovencísimos mozos rusos, que reciben una sonrisa como devolución cada vez que sirven, lo palpa la Copa del Mundo: la Argentina se levantó y empezó a caminar justo a tiempo. Y ahora escribe una nueva historia.
Fueron dos días en uno. El adrenalínico martes de la selección no se agotó en el regreso al Bronnitsy Training Centre, adonde ingresaron al filo de las 4 de la mañana. Entonces los esperaban los sparrings, que habían sufrido y gozado el partido en la pantalla gigante de la sala principal. Cuando los grandes entraron, los chicos empezaron a cantar y saltar como lo habían hecho unos 30 mil hinchas horas antes en el estadio de San Petersburgo. Hasta Kun Agüero se metió un ratito entre los pibes: “Con estas cosas también se construye un jugador de selección”, observaba a los Sub 20 alguien de la delegación. Los grandes estaban exhaustos, después del desgaste al que se habían sometido para saltar la barrera nigeriana y la tensión descargada en ese desahogo final, todos juntos en la mitad de la cancha. Así se fueron a dormir, alguno sin fuerzas para cenar incluso.
El hilo conductor siempre es Messi. “Si él está bien, nosotros también”, simplificaba el escenario un compañero suyo a la tarde, cuando ya la euforia se había archivado y la mirada empezaba a posarse sobre Francia. Aquella melancolía con la que el capitán se había arrastrado ante Croacia estaba enterrada; el miércoles todavía le duraba la alegría por la clasificación a octavos, y esa energía se desparramaba en el plantel. No hay futuro inmediato feliz sin un Messi como el que se involucró de principio a fin en el partido del martes. El 10 de la noche blanca estaba tan distinto al de Nizhny Nóvgorod que, tras el triunfo, cuando entró al vestuario se abrazó con Jorge Sampaoli, una escena infrecuente. Juntos viajaron 150 metros en un auto para dar la conferencia de prensa, mientras comentaban sensaciones de lo que acababan de vivir.
La tranquilidad también habitaba en el entrenador, después de tantos días turbulentos. Había dormido poco en los últimos días, como casi siempre, pero ahora menos por la extrema situación que habían atravesado. Tres semanas atrás, en Barcelona, reflexionaba sobre qué sería de él si la selección no pasaba el filtro de la primera ronda. Temía que el precio a pagar, a tono con los excesos de época, incluyera no poder andar tranquilo por su país. Se comparaba con su admirado Marcelo Bielsa, que vivió esa experiencia en Corea-Japón 2002, pero imaginaba consecuencias mucho peores.
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Lo que no pasó no existe, entonces ahora Sampaoli ya activó el plan Kazán, sede del cruce del sábado. De reojo espía lo que pasa en el resto de los partidos, ahora que la fase de grupos arroja selecciones para un lado y para el otro del Mundial. La noticia de la eliminación de Alemania le hizo inflar el pecho entre sus colaboradores: “Les dije que no era candidato”, les recordaba a la noche, medio en broma y medio en serio, quien acepta que no es bueno para los pronósticos. Antes se habia metido en un ejercicio de calentamiento con los suplentes, corriendo sin alcanzar nunca a tocar la pelota. Los jugadores se sonreían y él, divertido, empujaba a Meza como venganza.
Mientras esa escena ocurría en una cancha auxiliar a la que suele utilizar el plantel, los titulares elongaban sus músculos en el gimnasio, en la actividad programada de la jornada para ellos. Algo inédito puede suceder: que esos 11 sean los mismos que jueguen contra Francia; hasta ahora, nunca Sampaoli repitió una formación de un partido a otro. Fueron 14: cuatro por eliminatorias, siete amistosos y tres en el Mundial. En el 15, probablemente Di María conserve su lugar, aunque haya sido el peor del equipo contra Nigeria; Enzo Pérez se mantenga, aunque su físico no esté ni por asomo para afrontar los posibles 120 minutos; e Higuaín reciba otra oportunidad en el centro del ataque, por más que no le haya acertado al arco todavía… Que un técnico cambiante no toque nada: hasta esa rareza se puede permitir la selección en su frenética aventura mundialista.
Los seis al límite
De los 23 jugadores que integran el plantel argentino ya jugaron 19, de los cuales seis recibieron tarjeta amarilla durante la primera ronda: Nicolás Otamendi, Gabriel Mercado, Javier Mascherano, Lionel Messi, Éver Banega y Marcos Acuña. Si vuelven a ser sancionados, serán suspendidos para un hipotético partido de cuartos de final frente al ganador de Uruguay-Portugal.
¿Quiénes son los únicos cuatro que no participaron? Nahuel Guzmán, Cristian Ansaldi, Federico Fazio y Giovani Lo Celso. Unos y otros estarán hoy en el entrenamiento matutino, el penúltimo antes de viajar a Kazán: el viernes por la tarde el plantel llegará a la sede del partido del sábado, que comenzará a las 11 (hora de la Argentina)
Fuente: LA NACION – Crédito: Aníbal Greco