Para imaginar los espacios marítimos involucrados, debemos pensar en la superficie de dos Argentinas y más de cuatro, cuando se suman las áreas de responsabilidad de búsqueda y rescate, la proyección sobre las aguas de convergencia antártica y las rutas bioceánicas de nuestro comercio exterior.
En esta amplia superficie marina, la Armada se preparó para desarrollar un amplio porfolio de actividades, que ha cumplido alistando, adiestrando y sosteniendo una fuerza naval creíble con tripulaciones preparadas para asumir los riesgos inherentes.
Muchos piensan que una marina costera sería suficiente para cubrir las actividades de prevención y cumplimiento de las leyes argentinas en el mar. Sin embargo, se olvidan de que los países más necesitados de recursos siempre buscarán burlarse de los límites difusos y extensos de los espacios marítimos nacionales y que, fuera de las aguas jurisdiccionales, existen inmensos recursos naturales a los que el mundo busca acceder y rutas comerciales, que en tiempos de crisis deben ser protegidas.
También hay quienes olvidan que las Malvinas y la Antártida son asuntos con final abierto, y que si bien la Argentina ha optado por la vía pacífica en sus reclamos de soberanía, el mantenimiento de la paz y la seguridad en el mar requiere, en situaciones de crisis, la cooperación con Armadas de países amigos y socios comerciales en ambos océanos.
De esta forma, la participación naval en los espacios nacionales y de ultramar es una contribución directa al interés nacional y a los fines de la política exterior del país.
Este fue, con algunas excepciones, el pensamiento dominante en la Argentina desde su independencia. Ser un país soberano y dependiente no son situaciones contradictorias, sino que forman parte del progresivo aislamiento e inseguridad producto de una visión de negación del mar, que fue deliberadamente apoyada por las potencias marítimas dominantes para asegurar su comercio y la subordinación de las economías periféricas. La realidad nos señala que el mar siempre fue una oportunidad para los estados que comprendieron su importancia. Nosotros nunca lo entendimos.
Un aporte valioso, efectivo, y que nuestros socios y eventuales aliados apreciarían, sería disponer de medios navales que, sin ser de la más alta tecnología, fueran eficaces e interoperables, una capacidad de acción submarina convencional pequeña pero de primera línea tecnológica, una fuerza de proyección anfibia con alta disponibilidad para acudir donde fuera necesario en tiempo y forma, y la capacidad de vigilancia aérea y marítima en coordinación con nuestros aliados comerciales.
De esta forma, en la medida que la integración regional avance, surgirán nuevos intereses marítimos compartidos, cuya protección debemos coordinar en forma conjunta, dinamizando aún más la integración económica y con una política exterior que valore a su Armada como una valiosa herramienta de acción.
Lamentablemente, la escasez de recursos presupuestarios ha sido una constante en los últimos 35 años que ni la Ley de Reestructuración de las Fuerzas Armadas de 1998 pudo cambiar, ya que no llegó a reglamentarse. Recién en el 2008, el planeamiento estratégico tradicional tuvo la contribución del planeamiento por capacidades liderado por el Estado Mayor Conjunto, con la finalidad de reemplazar las hipótesis de conflicto por el diseño y desarrollo de aptitudes capaces de producir efectos acordes al amplio espectro de tareas impuestas por la misión asignada a las Fuerzas Armadas.
El proceso de planificación convocó a gran cantidad de profesionales que en forma colaborativa diseñaron una estructura de fuerzas que terminó siendo incompatible con las asignaciones presupuestarias en continuo descenso, por lo que el cumplimento de la misión asignada por la Ley de Defensa Nacional pasó a ser una utopía.
A esta altura de los acontecimientos, las opciones que iban surgiendo implicaban un replanteo de la misión de las Fuerzas, y/o cambios en la conformación de las capacidades militares según un nuevo redespliegue y la adecuación de la organización, medios, infraestructura, doctrina, formación, adiestramiento y logística.
Al inicio de la gestión del presidente Macri, surgió una alternativa posible. En la primera audiencia con el Ministro de Defensa, el 20 de febrero del 2016, el presidente le dijo: “Trabaje en un plan innovador que modernice a las fuerzas y las aggiorne al siglo XXI”. Estaba claro que la desinversión en material y el elevado gasto en sueldos no permitían cambiar en el corto plazo la realidad de la defensa que se encontraba en un estado “terminal”.
La idea de usar la ciencia y la tecnología para modernizar las capacidades militares podría haber significado un camino virtuoso para recomponer las necesidades operativas de las Fuerzas, al complementar sus canales de obtención de medios dentro del ciclo logístico de la jurisdicción.
Era además una forma de agregar valor al desarrollo tecnológico aplicado al uso del mar, donde la industria naval y la producción para la defensa siempre fueron generadores de conocimiento y recursos que la Argentina estaba en condiciones de aprovechar.
Sin embargo, nuevamente, las decisiones fueron en dirección contraria y se anunció la adquisición de equipamiento y medios en el exterior que, además de no materializarse, no tuvo en cuenta el sostenimiento del material del que disponían las Fuerzas, en su mayoría adquirido en el extranjero, para evitar seguir “canibalizando” las unidades que dejaban de operar.
La propuesta aquí planteada no implicaba dejar de importar componentes de reemplazo, sino que el sostenimiento del material hubiera sido posible mediante la llamada “ingeniería inversa”, que implica desarrollar localmente soluciones tecnológicas e instalarlas en los sistemas existentes, lo cual habría permitido extender los ciclos de vida útil y ganar tiempo, mientras se resolvía el problema de fondo, esto es, cambiar la capacidad o adquirir nuevo equipamiento.
Respecto del material que estaba llegando al fin de su vida útil, la participación de la investigación, desarrollo y producción nacional habría sido una alternativa para predecir el límite de inicio de la obsolescencia de cada sistema, para anticipar soluciones tecnológicas posibles, extender el ciclo de vida útil mediante el desarrollo de componentes y prever los reemplazos de las partes excedidas para satisfacer en tiempo las necesidades operacionales.
Por último, respecto del material en estado de obsolescencia o aquel que se debía reemplazar, la ciencia y la tecnología nacionales hubieran sido un canal de obtención de productos innovadores, que reemplazaran lo viejo por lo nuevo, y que motivaran a las nuevas generaciones de profesionales y técnicos de nuestro país a proponer cambios en el diseño y el desarrollo de las Fuerzas, de forma colaborativa entre militares y funcionarios civiles.
De haberse cumplido la misión expresada por el Presidente en febrero del 2016, la ciencia y la tecnología nacional podrían haber trabajado en la obtención de medios para la defensa, lo cual hubiese sido un primer paso para contribuir a reducir las vulnerabilidades del sector por la excesiva dependencia externa del material y para adquirir conocimientos tecnológicos a aplicar en el sostenimiento y modernización de sus medios.
La catástrofe del submarino San Juan que enluta a los argentinos, pero más aun a la familia militar, sorprendió a todos. Sería absurdo inculpar la tragedia a las últimas personas que circunstancialmente se hicieron cargo de la institución y que desarrollaron su carrera con restricciones de la más diversa índole pero que no cejaron en tratar de sostener los días de navegación, vuelo y ejercicios en el terreno.
En su libro Infortunios militares, Eliot Cohen dice que la catástrofe ocurre cuando se suman tres tipos de fallas: de aprendizaje, de previsión y de adaptación. Las fallas de aprendizaje comenzaron con la pérdida de personal altamente calificado y la reducción de actividades operativas, producto de la progresiva disminución de los presupuestos asignados. De esta forma, la gestión del conocimiento quedó no solo afectada por la salida de hombres valiosos, sino también por la pérdida de motivación de los más jóvenes.
Las fallas de previsión surgieron a partir del aumento de riesgos y accidentes que eran consecuentes con la baja tasa de reinversión en el mantenimiento y el alistamiento. La Ley de Reestructuración de las Fuerzas Armadas hubiera sido un paliativo importante porque se hubiera podido reinvertir fondos dentro de la misma jurisdicción a través de la venta de activos de su propiedad.
Las fallas de adaptación fueron consecuencia del fracaso de sucesivas reformas políticas para cambiar la cultura organizacional de las Fuerzas sin entender las raíces del ethos militar, el cual fue blanco de severos cuestionamientos por su actuación en el pasado y por el escaso interés y compromiso de los líderes políticos sobre temas de defensa.
La lección por aprender es entender que la pérdida de capacidades y competencias militares en el mar tiene efectos estratégicos futuros. El desencuentro de la Argentina con su mar lleva muchos años. La naturaleza y riquezas del territorio que sedujeron a los argentinos a poblar sus Pampas no son incompatibles con el desarrollo de un poder naval sustentable y efectivo.
Las capacidades y competencias militares en el mar tienen efectos estratégicos futuros. Foto: Gentileza Gaceta Marinera.
Más aún, podemos afirmar que, así como la política exterior fue capaz de consolidar nuestro proyecto de Nación, sin soberanía en el mar no podremos sustentarla debido a las necesidades de recursos, espacios y compromisos que vendrán desde diferentes rincones del mundo.
Esperemos que la catástrofe del submarino ARA San Juan tenga una lectura humilde y valiente de la sociedad y de sus líderes políticos para poder entender la naturaleza profunda de los problemas que atraviesa el poder naval de la Nación.
Fuente: Nuestromar