Como la vida cotidiana es un eje del trabajo del Museo del Puerto, desde sus inicios investiga y propone actividades en torno a las prácticas de cocinar y comer. En ese marco se presentan mesas todos los domingos, con el trabajo de cocineros y cocineras. No por casualidad la mayoría son mujeres. Su presencia permite hacer visible a las “invisibilizadas de la historia”, poner en el centro a los saberes que implica preparar un plato, la inventiva que se pone en juego, la articulación con diversas escalas productivas en ese hacer y la posibilidad concreta de emancipación económica que para muchas significa la repostería.
Pero en el marco de la violencia hacia las mujeres, que incluye formas mínimas naturalizadas en las prácticas de todos los días, nos preguntamos también por otro aspecto de la cocina: el rol que desde la modernidad se le asignó a ese sexo, que fue restringido al trabajo en el ámbito de la vida privada, teniendo a cargo tareas de limpieza, cocina y cuidado que hasta hoy no son asalariadas.
La charla se abrió a partir de la tensión entre esos dos aspectos de la cocina, tal vez asimétricos: el mandato de cocinar y su potencia como práctica cotidiana. Surgieron reflexiones, recuerdos y hasta frases o gestos mínimos al momento de servir los platos que son parte de una sociedad patriarcal. Además se habló de la potencia de una práctica que se transforma con el tiempo y que puede convertirse también en salida laboral, apropiarse desde la construcción de identidades y el deseo. Una parte quedó escrita en estos platos-anotador, que llenaron la mesa de preguntas nuevas.