En la localidad portuaria nadie podrá olvidar aquel fatídico día del 13 de marzo del año 1985 (exactamente a las 0.15) cuando una explosión, en la zona de los silos, generó una de las tragedias más significativas ocurridas en nuestro país.
Se perdieron 22 vidas humanas como consecuencia de lo ocurrido en el silo 5 de la ex Junta Nacional de Granos, en la terminal marítima de Ingeniero White. La investigación judicial –que se llevó a cabo tras el accidente– lo calificó de “accidental”.
Sin embargo medios de prensa, empleados y varios funcionarios de la Junta especularon que la causa de la explosión había sido un atentado terrorista.
Y no faltaron quienes aseguraron que –con la explosión– se intentó ocultar un enorme faltante de grano. El silo 5 había sido habilitado por la Junta en abril de 1971 y tenía acopiados –al momento de la explosión– 50.000 toneladas de cereal (el 80% de su capacidad).
Lo que sigue son las verdades y las conjeturas de lo que realmente ocurrió…
Epicentro de la explosión
Nunca en su historia el puerto trabajó tanto como en aquel mes de marzo de 1985.
Los buques llegaban por cientos y la estadía era tan cara que todos pretendían cargar en el día.
Los operarios de la Junta Nacional de Granos no le esquivaban al trabajo y, el silo 5, operaba durante 17 de las 24 horas del día. Y, el doble turno, se desarrollaba desde las 7 de la mañana hasta pasada la medianoche.
El martes 12, el turno de las 4 de la tarde, ingresó a sus tareas sabiendo que sería una jornada complicada. Había polvo, mucho calor y el viento en calma no permitía que el polvo del cereal volara y pudiera esparcirse. A pocos metros más de 100 camiones aguardaban para descargar.
Imagen dantesca
A las 11 de la noche el silo funcionaba a todo ritmo cuando el encargado decidió detener la noria 1 para evitar el sobrecalentamiento del motor.
En las entrañas del silo había 50.000 toneladas de cereal. Mientras tanto la cinta transportadora de la noria 3 comenzó a elevar su temperatura y a producir chispas.
El polvo en suspensión –producido por la operatoria del transporte– había alcanzado un rango peligrosamente explosivo que nadie advirtió.
Fue entonces cuando, la tragedia, comenzó a tomar forma.
Primero una pequeña explosión y un principio de incendio. Segundos después, una serie de estallidos en cadena cada vez más fuertes.
Todo voló por los aires
Y, pocos minutos más tarde, el edificio se convirtió en una trampa mortal.
Los peritos de Bomberos, Prefectura y la Policía Federal no pudieron determinar nunca la causa real de esa explosión.
A la teoría de las chispas de la cinta transportadora se agregó la posibilidad de un fósforo mal apagado y hasta un desperfecto eléctrico.
Sin embargo, y aún hoy a poco más de 29 años del suceso, no pocos sobrevivientes aseguran que todo fue producto de un atentado (cosa que ya había ocurrido en 1977).
Antes de la explosión –en las alturas y desde el interior de los silos– se escuchó una voz gritar desesperadamente: «Rajemos que esto explota».
Poco y nada pudieron hacer
La explosión, y el incendio posterior, no pudieron ser advertidos a operarios y camioneros porque el mecanismo de emergencia –la sirena de peligro– había sido retirada en 1983 para repararla y nunca más se la repuso.
Las explosiones destruyeron la plataforma de descarga de camiones, el techo del túnel de embarque Nº 2 y las oficinas y salas de control.
Silos y sobresilos se desmoronaron aplastando todo lo que había abajo. Incluyendo a los operarios.
Minutos después de la explosión comenzaron a llegar los vecinos porque ahí trabajaban sus hijos, sus hermanos, sus esposos, sus amigos o sus padres. Meses después la investigación –que llevó a cabo la justicia y peritos en la materia– arribaron a conclusiones demasiado ambiguas:
Comienza la remoción
1) Aquella noche de 1985 el silo 5 era una bomba de tiempo.
2) No había normas de seguridad.
3) El último mantenimiento a las máquinas había sido realizado dos años antes.
4) El polvo en suspensión era un ingrediente peligroso.
5) Los cables de electricidad corrían –desnudos– por las paredes.
6) Las cintas de las norias estaban flojas y las lámparas incandescentes no tenían cubierta protectora.
Para la Prefectura el accidente se calificó como «hipotético, accidental, y culposo” pero determinó que no existió «un atentado criminal».
Sólo escombros tras la explosión
En 1986 el juez, Alcindo Alvarez Canale, cerró la causa sin procesar a nadie.
Sin embargo quedó de manifiesto que, la concurrencia de todos los factores señalados, fueron los que desencadenaron la tragedia.
Y, a pesar de esas falencias, la justicia no encontró razones para imputarles la responsabilidad a jefes y funcionarios.
Porque todos “zafaron” inexplicablemente.
No resulta casual que, los sobrevivientes de 1985, estén aún hoy convencidos de que la explosión del silo fue producto de un atentado. Sobre todo por los antecedentes.
Es que, el 4 de marzo de 1977, tres artefactos explosivos colocados en la zona de manipulación de granos, destruyeron parte de la estructura y provocaron la muerte del operario Juan Osinalde.
Las heridas que dejó la explosión
Para colmo, el 10 de octubre de ese mismo año, el polvo acumulado explotó generando el fallecimiento de un operario y de dos oficiales de Prefectura.
Sin embargo, y en voz baja, no son pocos los operarios y administrativos de la ex Junta Nacional de Granos que suponen que la explosión fue una manera de “borrar huellas”.
Porque, a pesar de lo que indicaba la contabilidad del organismo, no eran 50.000 las toneladas de cereal en el interior de los silos… si no menos de la mitad.
Alguien se las había llevado.
O tal vez, estaban contabilizadas, pero jamás habían ingresado a los silos. Hubo muertes y heridos. Pero nadie preso, ni sumariado, ni condenado.
El apocalipsis de Ingeniero White no tuvo justicia. O quizás tuvo una justicia “injusta” algo que, para los argentinos, ya no es novedad.
Nota: Gentileza Carlos Guardiola.